30 de abril de 2009

Adenda a solicitud de un "seguidor" y amigo

Juana de Ibarbourou le dedicó este poema a la memoria de su amiga Gabriela Mistral. Está publicado en la introduccion del libro "Dolor" de esta última.




Despertar de Gabriela

Juana de Ibarbourou

Digo a aquella que fue leal hermana
del niño y de la mujer, del hombre tierno:
—has superado hoy sombra e invierno
te resplandece ya la cara.

No te desciende ya la luz amarga
del labio desolado, el rostro triste.
Para consoladora nos viniste.
Abierta miel era tu alma.

Tenías la palabra
como copioso zumo de colmenas,
y sabías sólo las palabras buenas,
las que refrescan como el agua.

A todos les decías: —“La manzana,
la rosa, el ruiseñor, el sueño, el canto,
el materno consuelo para el llanto
están en mí, los guardo en mi montaña.

. * * *

Y se formaba así la caravana
hacia su manantial, frescura ilesa.
Sonreía inclinando la cabeza
y nos nacían las mañanas.

Ahora se fue a dormir en la cansada
soledad de los himnos y los cantos.
La rodean las palmas de los santos
tal vez, ángeles con espadas.

Somos aquí tu hueste abandonada,
su laurel dividido por el viento,
tajado por el bíblico lamento,
quemado por su última palabra.

Vendrá más tarde, lenta y descansada,
vendrá después que Dios nos la despierte
de sobre rodillas de la muerte
vendrá, vendrá en el alba.






Tomado de la página 15 del libro "Dolor", Ediciones Torremozas, Madrid, 2001.




27 de abril de 2009

¿Y Juana era "muy amiga" de Alfonsina?

Esta nota, publicada por "Juana de América" en las columnas del Suplemento Dominical de EL DÍA y posteriormente en su libro "Mis amados recuerdos", nos aclara definitivamente el verdadero carácter de su relación con Alfonsina -y también con Gabriela-, desde el punto de vista más autorizado: el suyo propio.
(C.A.)

























Mis amados recuerdos
Gabriela y Alfonsina

Juana de Ibarbourou




Gabriela Mistral
Por dos veces estuvo en nuestra capital, Gabriela, la insigne andariega que tenía por entonces como secretaria a Connie Saleva, una dulce puertorriqueña. Era ardiente la expectativa de este pueblo uruguayo, que alguien tachó hace poco de inconscientemente excesivo en sus manifestaciones afectivas. Pero conocemos bien la fábula de la zorra y las uvas verdes. Se llenó el SODRE en la primera disertación de Gabriela sobre sus poetas chilenos vivos y muertos. Alta, Maciza, con una hermosa voz monótona y grave, aparecía aplomada y un poco distante del público que deliraba por ella pero en torno suyo quedó el suelo cubierto de largos pelos de la piel de mono que formaba el cuello de su inconmensurable, inverosímil tapado de paño negro, lo que tal vez acusara una nerviosidad que sólo fue perceptible en ese detalle. A Gabriela había que verla en la intimidad para encontrarle su belleza y conocerle el carácter. Tendría entonces los primeros años de su recia cuarentena. Los ojos claros y hermosos, la tez bronceada y áspera, los dientes deslumbrantes, la figura de campesina. De pronto hablaba interminablemente de cosas, de gente conocida suya, de persecuciones, hechicerías y fantasmas. De pronto, por largos ratos callaba obstinada, sumergida en recuerdos o meditaciones difíciles de adivinar. Poseía un buen gusto evidente y una crítica sonreída e irónica, certera como un pistoletazo. Nunca le vi caer en el pecado de vanidad, torpeza o autoalabanza. Quisiera alcanzar para este enfoque la gracia y atracción de su palabra, su acierto de juicio, su pasión para tratar lo que amaba. Gabriela conocía la magia del suspenso y se le escuchaba apasionadamente. Germán Arciniegas dice en su libro “América mágica” que en sus últimos años había perdido esa facultad de encanto y que resultaba casi insufrible su largo divagar, su manía de enemistades y evocaciones interminables y entreveradas, hasta el punto que la esposa de Arciniegas, que la quería mucho, después de horas y horas de soportar el monólogo dramático de Gabriela le dijo una noche: “No me la traigas más a casa”. “Me hace daño escucharla”.
Es que ya estaba muy enferma, cubierta de gloria pero también de sufrimiento, desarraigada luchando con mil cosas que no se ven desde afuera, la muerte de cuantos había amado, y dos suicidios pesando sobre su alma y sus recuerdos. Pobre, pobre Gabriela la de los grandes homenajes y la admiración general pero sin un rosal suyo, sin un cariño fuerte de esos que dan la sangre común, la familia que se trae con uno al nacer.
¿Para qué hablar de su obra terna? Hoy sólo quiero recordarla como aquel día de plenitud en que almorzó en mi casa con Connie y un grupo de gente uruguaya que la quería y acataba. Mi madre presidió la mesa, Gabriela parecía aún entera, pero ya estaba herida y vagabunda. Nunca habría de gustar el fruto del árbol que plantara, ni gozar de las flores de su jardín que cuidaba con tanto esmero. En su casa de California, la de su mayor tiempo de arraigo, cultivó árboles a los cuales les dio su parentesco en elección tierna, graciosa e irónica a la vez: a un ciprés (dato de Dora Isella Russell en el Suplemento Literario de El Día, 18 de mayo de 1962) le llamaba “mi marido”; a una acacia “mi madre”; a un grupo de coníferos, “mis hermanos”; a otro, de cactus, “mis amigos”. ¡Pobre, anecdótica, incomprendida en su pozo de amor sin correspondencia, grande, alucinada, continental, gloriosa Gabriela! ¿Qué fiel familia de plantas silvestres le habrá nacido ahora alrededor de la tumba en el feraz y silencioso Valle del Elqui , en su Chile de sus constantes batallas y cariños? Prefiero recordarla como en aquel apacible día de mi casa, en que todos la vimos tranquila y risueña, tal vez, por unas pocas horas, feliz.

Alfonsina Storni
Entre Alfonsina y yo no hubo nunca esa aproximación profunda que llega a ser una amistad del alma. Cuando la conocí, ella era ya desdichada, amarga y mordaz bajo su constante sonrisa y su buena salud rosada. Yo era aún muy feliz y casi inocente hasta la candidez más indefensa. Sus bromas, su ágil pensamiento, su fondo de mujer conocedora y desengañada de las gentes, me desconcertaban. No estaba entrenada en la esgrima de la palabra ágil y cáustica y creo que ella se alejó de mí con la seguridad de que era una muchacha sin ningún interés espiritual, demasiado amparada por una familia que me adoraba y que el verso no era en mí más que uno de esos caprichos misteriosos de la suerte, que suele convertir en instrumento de inesperadas resonancias a una caja de madera común, sin el afinamiento de una selección que justifique su eco musical. “Sintiendo” ese juicio que creo no fue totalmente reservado, me escondí en mí misma como el caracol dentro de su casa inexpugnable. Y ya nuestros corazones no se encontraron jamás. Muchas veces volvió a visitarme pero siempre en medio de su cortejo de admiradores uruguayos, parlanchina, chispeante, sin un mensaje para mí en su mirada azul. Por contraste yo me volvía más extática y silenciosa. Ninguna de las dos nos adivinamos. Pero esto no fue nunca un obstáculo para que yo sintiese por su poesía una admiración sin reservas y una expectativa sin hiel. Hubiera deseado poseer su vigor y su sabiduría, sin darme cuenta de que para ello había tenido que entregar al mundo todo lo que constituía mi preciosa felicidad. La desventura la alejó de cuanto era entonces mi apacible universo. Era imposible que coincidiéramos en algo. Sin embargo, voz de millones de mujeres desoladas, me había conmovido. Pero no lo hice temiendo una de sus frases burlonas, pirueta dramática que no era, hoy lo entiendo, más que un disfraz de la emoción que le avergonzaba mostrar. No voy a comentar ahora, a modo de compensación tardía, la obra de Alfonsina, copiosa y de una belleza e interés humano que tiene hace ya mucho el acatamiento que merece. Sí, diré, la angustia que muchas veces me ha producido ese “j’acusse” de su verso mordiente, de su poema que gritará a hombres y mujeres indiferentes, la desolación de su alma, el dolor de su vida acidulada por tantas incomprensiones cuando su inmenso talento sobrepasaba muy por encima, la inteligencia de sus oscuros y circunstanciales críticos o detractores. Ahora ella está en la zona de la justicia verdadera y su nombre se encumbra día a día más, en el gran cielo de la poesía castellana.
La vi, por última vez en la Universidad de Montevideo, cuando en los cursos de vacaciones del año 1938, Eduardo de Salterain Herrera, entonces Director de Enseñanza Secundaria, reunió en un acto que se ha clasificado de clásico, de memorable, a las que entonces se llamaba ¡oh, dioses!, “las tres Musas de América”. Fuimos a hacer ante un público que era muchedumbre, la confidencia del advenimiento del verso a través de nuestra sensibilidad. Cada una se desempeñó como pudo en esa emergencia tan difícil. La recuerdo a Alfonsina, “chatilla y fea” como dijera de sí ella misma, muy roja de sol uruguayo y de los salinos vientos de la costa de Colonia, de donde vino expresamente para ese acto. Como siempre, reía y conversaba con su temible agudeza. Sin embargo, había escrito imperecederamente:


Yo soy la mujer triste
A quien Caronte ya mostró su remo.


Y en verdad estaba herida de muerte. Todo en la vida “se le había dado a medias”, y ya sabía también “que el arte de morir es cosa dura; se ensaya mucho y se aprende bien”.
¡Ah si fuera posible adivinar el drama y el sufrimiento a través de la frente sellada de la criatura humana, con qué oportuna bondad le ayudaríamos a sobrellevarlos! Alfonsina fue voluntariamente al encuentro de la muerte, muy poco después. Queda, de aquel día de Montevideo, una fotografía en que estamos las tres: Gabriela, Alfonsina y yo, con la sonrisa que exige siempre el fotógrafo y que al fin nadie tiene el valor de negarle. Ahora “se ha ido” también Gabriela, y quedo yo, no sé por cuanto tiempo, con dos muertas ilustres suspendidas virtualmente del cuello, porque la crítica y el público lector de América nos ha soldado en un tríptico indisoluble. ¡Estremecedora y gloriosa compañía!
Con todo mi corazón les doy a las dos las rosas que aún puedo recoger en la vida. Y a Alfonsina especialmente, la menos afortunada tal vez como mujer, un sentimiento de hermandad que la compense del frío que debió acongojarla tanto tras su mueca de cristal roto y helado.
Juana de Ibarbourou

Suplemento dominical de “El Día” Nº 1837 – Montevideo, 11 de agosto de 1968. (De nuestra colección particular).


¡¡Y finalmente...!!


A modo de colofón de este capítulo, creemos que queda claro que ni Alfonsina "vivió" en Colonia del Sacramento, ni se reunieron las tres "Musas de América" en esa ciudad, ni fueron "muy amigas" entre sí (LQQD)[1].
Creemos que si un Guía decide mencionar este tema durante un recorrido por Colonia, por el Prado o por otro lugar pertinente, podría decir -en menos de dos minutos, y sin entrar en el asunto de la amistad entre ellas- más o menos ésto:
Alfonsina Storni, considerada la poetisa más importante de Argentina, pasaba pasaba largas temporadas en la casa de su amiga alemana Sofía Kusrow, en el Real de San Carlos, y le dedicó una poesía a Colonia del Sacramento: “La Colonia a medianoche”. Allí recibió en 1938 -pocos meses antes de su suicidio- la invitación para participar dictando una conferencia en los "Cursos internacionales de verano" de la Universidad de Montevideo, junto a la chilena Gabriela Mistral y a nuestra Juana de Ibarbourou. Esta fue la única ocasión en que "Las tres Musas de América", como se las llamó, estuvieron juntas. Alfonsina, llena de entusiasmo, escribió su conferencia sobre una valija que puso sobre sus rodillas mientras viajaba apresuradamente desde Colonia a Montevideo, y por ese motivo la llamó "Entre un par de maletas a medio abrir y las manecillas del reloj". Un dato curioso y poco divulgado es que Alfonsina mantuvo una importante relación amorosa con nuestro Horacio Quiroga, y casualmente -o no tanto- se suicidó poco tiempo después que éste, ambos frente a un diagnóstico de cáncer terminal. Colonia tiene una calle llamada "Alfonsina Storni".
Y aquí damos por terminado este tema[2]. Buen provecho, y hasta la próxima entrega.


[1] LQQD es una expresión muy utilizada por los matemáticos al fin de la demostración de un teorema. Significa "Lo Que Queríamos Demostrar" o "Lo Que Queda Demostrado". (Nota de C.A.)
[2] Aunque más adelante volveremos sobre Juana de Ibarbourou, con una curiosísima "perla" sobre el día en que recibió el título de "Juana de América"; y también con la crítica de la "biografía novelada" que sobre su persona realizó no hace mucho el periodista Diego Fisher a la que tituló "En busca de las Tres Marías". (Nota de C.A.)

25 de abril de 2009

¿Eran amigas Juana y Gabriela?

Este extenso pero agradable artículo nos permite conocer en profundidad la relación existente entre ambas, tanto en su mutua admiración como artistas como la personal; y nos amplía el panorama de las ponencias de la conferencia ya estudiada, con seriedad y documentación.
(C.A.)


Las relaciones literarias y amistosas entre Juana y Gabriela
Gastón Figueira (Especial para EL DÍA)

Son muy interesantes las relaciones literarias y humanas entre estas dos poetisas -las más prestigiosas de América Latina en lo que va corrido de nuestro siglo- aunque hasta ahora nadie se haya sentido tentado de escribir sobre ellas.
Gabriela y Juana comenzaron a ser célebres casi al mismo tiempo -es decir, poco después de terminada la primera guerra mundial. Es cierto que ya desde 1903 Gabriela había comenzado a publicar sus ensayos líricos -a veces en prosa poemática- en modestos periódicos de la entones villa La Serena, en su tierra chilena "más suave que rosas y miel", según dijo en una de sus rondas infantiles. Es cierto que en 1914 -ya comenzada la primera guerra mundial- había logrado aquel triunfo en los Juegos Florales de Santiago -el 22 de diciembre-- con sus famosísimos "Sonetos de la muerte" incluidos en Desolación y que están muy lejos de ser de lo mejor de su obra. Si bien estos Juegos Florales lograron cierta repercusión fuera de fronteras, fue preciso que Gabriela saliera de Chile y viajara a México para que su fama de escritora se consolidara.
Juana de Ibarbourou, surgida literariamente más tarde, publicó su primer libro antes que Gabriela: en efecto, Las lenguas de diamante apareció en Buenos Aires en 1919, en tanto que Desolación se imprimió en Nueva York en el 22 (ambas obras, que popularizaron los nombres de sus autoras, aparecieron, pues, fuera de sus respectivas patrias). Por lo demás, también Juana, en su nativa villa de Melo, había publicado -hacía ya varios años pues fue literariamente precoz- sus ensayos poéticos, sobre todo en el periódico "El deber cívico". Como en el caso de aquellas colaboraciones provincianas de Gabriela, en "La Voz de Elqui" y otros periódicos de su región, se trató de publicaciones que no trascendieron fuera del círculo amistoso y familiar.
Edades: la diferencia no es muy grande. Gabriela había nacido en Vicuña el 7 de abril de 1889. Juana vino al mundo en Melo el 8 de marzo de 1892. Observemos de paso que ambas escritoras nacieron en poblaciones pequeñas, y que en pequeñas poblaciones pasaron parte importante de su juventud, además de toda su niñez. Ambas -sobre todo la chilena- proceden asimismo de familias de modesta posición económica.
Cuando surgieron a la vida literaria -no hablemos de aquellas publicaciones olvidadas, en modestos periódicos- quienes actuaban prestigiosamente en el campo poético eran, sobre todo, Alfonsina Storni (nacida en la Suiza de habla itálica, pero legalizada ciudadana argentina) y en Brasil, Gilka Machado, hoy tan olvidada. Porque Delmira Agustini ya se había ido (falleció el 6 de julio de 1914) y María Eugenia Vaz Ferreira, a quien el triunfo de Delmira había puesto en segundo lugar, ya casi no publicaba y se iba haciendo olvidar, voluntariamente.
Y llegó un momento -¿en el año 22?- en que ya no cabían dudas respecto a la lírica femenina de habla hispana: Gabriela y Juana eran sus mayores nombres. Quizá -aparte del valor intrínseco de sus propias obras- se comprendió, sobre todo, que el público se enfrentaba a dos expresiones tan genuinas como altas de la mujer: la uruguaya, en su fineza, en su gracia, en su "élan" amoroso, en su amor danzante a la Naturaleza; la chilena la "mujer fuerte" de la Biblia, el fervor cristiano, también el amor a la Naturaleza, pero visto con otro enfoque. Y el dolor y el afán de superación espiritual. Y el apostolado de la Belleza, con una devoción que -de haberla conocido- hubiera gustado mucho a Rodó, maestro de vocaciones.
En lo referente a Juana, no faltaron quienes exageraron la nota acerca de la femineidad, considerando que sólo es plenamente mujer quien se expresa con tono grácil, quien siempre habla de amor, etc. Fue comprenderla mal. También es auténtica la femineidad de la "mujer fuerte", de la mujer sin coquetería, que trabaja o que, como en uno de sus poemas, "siega los trigos de su hijo".
Cuando apareció el primer libro de Juana, Las lenguas de diamante la autora envió un ejemplar a Gabriela, que vivía en Punta Arenas (hoy Magallanes) donde -gracias a sus méritos y gracias asimismo a la influencia de su amigo Pedro Aguirre Cerda, a la sazón Ministro de Justicia e Instrucción Pública y mucho más tarde Presidente de la República de Chile- ejercía la dirección del Liceo de Niñas, del que era, además, profesora de lenguaje. Gabriela escribió unas líneas laudatorias sobre Las lenguas de diamante en un periódico o revista de Punta Arenas, según recordó más tarde, y envió un ejemplar a Juana, que no lo recibió.
Dos años después, trasladada a Santiago y directora del entonces Liceo Nº 6, la autora de El ruego recibió, muy emocionada y agradecida, la visita del Canciller Buero, quien llevaba expresamente el saludo y el homenaje de Juana de Ibarbourou. En la carta que Gabriela envió a su colega uruguaya
[1] expresándole su reconocimiento por tal visita, le habla de El cántaro fresco y se lamenta, al respecto, de la poca difusión interamericana de libros continentales, a la vez que le recuerda que, en Santiago, le había dicho a un librero que no tenía ningún ejemplar del primer libro en prosa de Juana: "pues usted no sabe ni siquiera hacer negocio, pues ese libro lo vendería fácil y copiosamente, sin necesidad de exhibirlo en la vidriera".
En 1922, hallándose ya en México, invitada por José Vasconcelos -entonces Secretario de Educación Pública- para colaborar en la organización de numerosas bibliotecas populares mexicanas, Gabriela seleccionó material para el libro Lecturas para mujeres que le encargó la mencionada Secretaría de Educación. No se olvidó entonces de El cántaro fresco y en dicha antología -muy bien realizada por lo demás- vemos, en la página 58, uno de los poemas en prosa de dicho libro, el titulado "Noches de lluvia" que junto a dos poemas de Leopoldo Lugones ("La llama del hogar" y "La paz") forma la trilogía "Interiores". Una línea debajo de "Noches de lluvia" recomienda al lector El cántaro fresco.
La primera aproximación personal de ambas poetas fue cuando ya se las consideraba -casi sin reparos- las dos voces más interesantes, más auténticas del lirismo femenino de habla hispana, relegando a segundo plano la obra de Alfonsina Storni (¿por su carencia de lenguaje poético?¿Por el carácter demasiado conceptual de varios de sus poemas publicados hasta entonces?).
El 31 de enero de 1925, muy temprano, el transatlántico "Oropesa" perteneciente a la Royal Mail hizo escala en el puerto de Montevideo -procedente de Southampton- donde un calificado grupo de escritores, profesores y periodistas se había dado cita para ver a Gabriela, que había embarcado en Vigo luego de una gira muy bella por varios de los más importantes países europeos. En Italia había entrevistado a autores entonces muy notorios (Ada Negri, Papini, etc.) y en España había hablado en público, sobre todo en Madrid (y la Coruña, donde su lectura de poemas fue precedida por unas palabras fervorosas del poeta uruguayo Julio J. Casal).
Entre los escritores madrugadores que se habían reunido en el puerto se hallaba Juana. También en el almuerzo que los admiradores de la autora de Desolación le ofrecieron en el restaurante del Prado. Gabriela sólo quedó un día -de la mañana al atardecer- en Montevideo, ciudad que recorrió con ojos entusiasmados y que luego calificó de "ancha y viva"
[2]. En un reportaje que concedió a un periodista habló de su peregrinaje por Europa y afirmó: "Me sentí en mi casa, más que cuando estoy en América, en Castilla. Aquellas gentes, aquel ambiente, están a tono con mi espíritu. Allí vi yo cómo es cierto que uno es ciudadano de su raza más que de su pueblo. Hay uno muy insignificante, muy pobre y muy chiquito, cuyo nombre es igual al apellido de [3]mi madre: Alcayaga"
Mucho se ha discutido -demasiado, quizá- acerca de la autenticidad o el artificio de ciertos poemas amargos que aparecen en Las lenguas de diamante, muy especialmente en la segunda parte, cuyo título ya adelanta el carácter sombrío de su inspiración: "Ánforas negras". Estos poemas, que son minoría, forman a manera de una pausa melancólica en medio de tanto alborozo y tanta fiesta. Son algo así como el anochecer del árbol jubiloso. En tal sentido, no sólo deben aceptarse, sino que significan un aporte de innegable verdad vital, en el juego de claroscuros del ser. Lo que acontece es que el libro es celebrado y recordado sobre todo por los otros poemas, los de exaltación, los de frescura, los impregnados de la gracia de existir. Y en tal sentido, esa aprobación popular no debe ser olvidada: Las lenguas de diamante, pese a aquellas pausas de "Ánforas negras", es un libro optimista.
Interesa, en cuanto a las relaciones entre Juana y Gabriela, evocar la carta que Eduardo Barrios
[4] envió a Juana de Ibarbourou, poco tiempo después del regreso de Gabriela a Santiago, luego de su primer gran viaje, que abarcó México, Estados Unidos, Italia, Suiza, Francia, España. En dicha carta, la autora de Tala elogia la discreción, el don de "alma fina"[5] con que la autora de Raíz salvaje se aproximó a ella en su primera visita a Montevideo, cuando la exagerada efusión de tantos admiradores y admiradoras llegó a ser abrumadora.
1925 fue el año en que el prestigio literario de Gabriela y Juana quedó afianzado en toda América y España, debiendo agregarse asimismo que el de la chilena -sin mengua de sus valores- fue muy beneficiado por el viaje a México a que la invitó José Vasconcelos, secretario de educación durante el gobierno de Obregón. Justamente, a fines de 1922, durante todo el 23 y comienzos del 24, Gabriela residió en el hermosísimo suburbio de la capital de México que hoy se llama Villa Obregón. En aquellos años se designaba San Ángel. Pero al poco tiempo de abandonar Gabriela la tierra mexicana, un domingo fue asesinado el Presidente Obregón en un típico recreo mexicano de dicho suburbio por un hombre joven, llamado Toral, que sabía dibujar, y que utilizó el pretexto de tomar un apunte (quizá caricatura) de Obregón, lo que le permitió acercarse al retratado para mostrarle su obra, en momentos en que los dos guardaespaldas del Presidente estaban ausentes, por razones imprevistas.
El retorno de Gabriela a Santiago se efectuó vía Estrecho de Magallanes. Tuvo, pues, oportunidad de reencontrar la ciudad del extremo sur en que había pasado aquellos días viendo tristemente la nieve como "el semblante que asomaba a sus cristales"
[6]. Desembarcada en Valparaíso, regresó asimismo a Vicuña, estuvo nuevamente en La Serena y nuevamente en Monte Grande revivió su infancia...
De esa época inmediatamente posterior a su retorno a la tierra natal es una bellísima carta que Gabriela escribió a Juana y que interesa profundamente por su caudal autobiográfico, por su gracia de estilo, por su densidad sicológica. Es una larga carta, de la que trascribiremos los pasajes más importantes:
"Ahora, su carta. No sabe usted -soy humana, humanísima- que alegría de niña me ha dado usted con hacerme sentir afecto suyo hacia mí. Yo, Juana, soy un ser absolutamente afectivo: vivo de los afectos como del aire y de la luz. Bajo mi apariencia de "amontonadora", a pesar de esa vida en "meeting", en multitud, que me ha dado el viaje, soy mujer "de un puñadito de afectos profundos". Habría sido para mí una tristeza efectiva la defraudación de una vieja esperanza: salir de Montevideo sin traerme nada suyo para mi propia vida, haberla sentido al margen mío. Casi es mi vanidad. La estimación literaria, que en la juventud me importó tanto no significaría para mí nada, Juanita. Me estima gente que no me importa, a cada paso; y me estiman, poco o nada, gentes a quienes quiero enormemente. Regalo de reina me ha hecho usted al darme cariño. Yo lo cuidaré como a las cosas preciosas, Juanita, ese efecto menudo que he de ir haciendo crecer "con lealtad y comunicación frecuente".
Me explico que no tenga usted la comunicación fácil. No me la dé sino cuando "se le caiga de la boca" naturalmente. Yo temo la tristeza en usted, Juanita, porque usted no ha tenido "la costumbre de ella". Cuando los seres son alegres, la pena recién llegada los disuelve, los desmorona. Haga usted un poco por sí misma a fin de "defenderse".
Pienso, Juanita, lo mismo que San Francisco sobre su tristeza. Usted tal vez sabe que él la llamaba la "enfermedad de Babilonia". Yo he sido, sin embargo, un espíritu desesperado, amargo y "enviciado de su amargura" como en una droga diabólica. Una de mis mudanzas enormes es mi "busca de la alegría", Juanita. La busco hoy con preocupación casi infantil. Me creo la alegría de mañana; al levantarme, pienso en la de hoy. Es cómico: casi me la organizo oficialmente. Procuro, en primer lugar, no tener esas "horas muertas" en que el alma se va hacia la tristeza como el ciervo al agua, naturalmente. No tengo sino horas de cansancio físico en que me tiro y duermo, en pleno día, como un animal cansado. El resto es lectura y trabajo físico, muy principalmente caminar. Caminar, Juanita, es una maravilla olvidada por este tiempo. No caminar, como los ingleses, el mismo camino. Andar a pie todo lo que está medianamente cerca de nuestro pueblo. Caminar me aviva entero el cuerpo y la mente: hay un alma de los caminadores y otra de los poltrones. Camino rápida, a grandes zancadas inglesas. Suelo andar a caballo aunque tengo un tobillo roto de una caída. Se respira bien y se siente no sé qué sensación de "poder, de energía donosa". Luego de los trabajos manuales, yo no coso, porque me rindo los ojos; zarandeo la tierra, desmalezco, barreteo, podo e injerto como un buen hortelano. Me da un verdadero gozo el olor de la tierra, Juanita, "regar" está entre mis placeres grandes. Ahora juego a la pelota. Me han encargado ejercicio por mi hígado malo. No tengo nunca grandes fuerzas, porque el corazón no me deja. Leo poco yo misma -tengo los ojos rendidos- me leen y yo comento interrumpiendo, porque soy muy amiga de la lectura "viva", con réplica, con comentario.
Le hablo de mis "defensas". Yo tengo un sistema nervioso enloquecido y andaría muy mal de equilibrio si no tuviese esos dos reguladores de la marcha y del "jardineo". A media hora de aquí tengo un "pañuelito de tierra"; yo lo he plantado y sólo cuando me enfermo pago la poda y lo demás. En la casa, chica hasta desesperarme, sólo he podido hacer un jardín.
Viene lo peor, Juanita, viene el veneno de la gente. Tengo yo una susceptibilidad que la llamaría trágica. Yo soy todavía tan tonta que le pido perfección a la gente. Me duele horriblemente que me maltraten en lo que me importa más: en mí misma, no en mis versos, que he abandonado hace tiempo a las lancetas. Por esta susceptibilidad abandono fácilmente a un amigo o a una amiga. Los dejo cuando no me viene de ellos fuerza para vivir, "consuelo y verdad". Les exijo que sean ricos interiormente para no aburrirme, que tengan una vida con intereses espirituales efectivos. Todo esto es demasiado pedir, lo reconozco, pero sigo exigiendo...
¡Ah, yo no me muevo sino entre extraños; ahora está cerca de mí una sobrina, el único niño de mi familia, desahuciada, deforme, desgraciada. La quiero mucho y sin que ella lo sepa la preparo para morirse, con el corazón apretado de pena.
Hágase, Juanita, las defensas de la tristeza. Usted tiene, además de todo, un hombre que la quiere y a quien quiere. Yo no fui querida nunca cuando quise y no he podido querer a los que me han querido. Es la vulgar historia que nuestro pueblo sabio concreta en el adagio: "Amor loco, yo por vos y vos por otro".
Usted posee, Juanita, las cosas más gozosas de la vida: la maternidad, el amor compartido y la belleza del mundo, sentida por usted con una frescura tan grande. Es rica como tal vez no lo sea otra mujer en su raza, así Juanita, "en su raza". No deje a los intrusos entrarse en su vida a empañarle lo que Dios le había dado. Cultive poco (un poquito chico) de desdén. No conceda derecho a entristecerla, sino a los señores grandes como usted y a los "sucesos definitivos de la vida".
[7]
Poco antes de que fuera redactada esta carta -insistimos, tan importante para conocer aspectos fundamentales del alma de Gabriela- Juana había publicado en Montevideo un texto escolar[8] en cuya página 37 aparece el poema de Gabriela "Piececitos" acompañado de una sintética reseña acerca de la autora, que termina con estos conceptos:
"...y en poco tiempo, el seudónimo de Lucila Godoy se hizo popular. En su país se la ama mucho. En toda América se la admira"
[9]
Nunca hubo un intercambio epistolar regular entre ambas escritoras. Cartas extensas -como la que hemos fragmentado- alternaron con sencillos billetes. Y el carteo frecuente turnose con largos silencios. Y era que ambas escritoras se escribían sólo cuando tenían algo importante que comunicarse, y no en ese ritmo de correspondencia constante, propio más bien de épocas muy alejadas, cuando sobraba el tiempo.
...Y así llegó aquel luminosísimo verano de 1938 en que -hallándose casualmente Gabriela en Río de Janeiro -realizando en la mágica ciudad su primera estada-, luego de algunos pasajes rápidos, de simple escala naviera- efectuáronse en Montevideo los Cursos Sudamericanos de Vacaciones y se pensó -¡certero pensamiento!- en la conveniencia de invitar a la escritora chilena a tomar parte en un acto de dichos Cursos., acompañada de Juana de Ibarbourou y de Alfonsina Storni, que se hallaba de vacaciones en el pintoresco departamento de Colonia, a poquísimas horas de la capital uruguaya.
El acto, realizado en el gran patio del Instituto Vázquez Acevedo, en la tarde del viernes 28 de enero de 1938, con un público muy numeroso, realmente desbordante, respondía a un tema central: cada una de las tres poetisas -las más populares y prestigiosas, en aquel momento, entre todas las que se expresaban en español- hablarían de "cómo escribían su poesía"
[10] o si se prefiere, harían la "confidencia de la misteriosa maternidad del verso". Fue aquella, en verdad una "tarde ática" como la llamó un periodista[11] en que, desde luego, no faltaron las referencias de Juana a Gabriela y de Gabriela a Juana, además de estas palabras de Alfonsina, tan nobles:
"Gracias, Gabriela, gracias, Juana, por existir sobre la Tierra y respirar a mi lado".
[12]
¿Cuál de las tres exégesis fue la más sutil o la más profunda? Es muy difícil -casi imposible- decirlo. Cada una responde a un temperamento muy distinto. Desglosemos esta referencia de Juana acerca de su hermana chilena:
"...Gabriela, la grande, presente en los dos ofrecimientos anteriores, aún sin haberla nombrado, porque ella es América entera, porque nos sentimos conmovidos de ser sus compatriotas, porque ella realiza la unidad del Continente por el milagro de su corazón y de su genio, y en la cortesía a cada uno, sea del norte o del sur, del petróleo o del verde llano jugoso, está siempre la cortesía para ella, como si fuera la diosa tutelar de esta tierra que ama con toda su sangre india-española, en la que estuviese encerrado el espíritu profético y expectante de la Casandra legendaria".
[13] Gabriela, que hizo un perfil agudísimo de Alfonsina, llamándola "Puck con faldas" y "abeja inédita entre las cantadas por los poetas griegos" y "jugarreta deliciosa del Sueño de una noche de verano"[14] se expresó también con amplia originalidad y certeza al hablar de Juana:
"Parece que nos llaman a juicio y las llamadas somos: una Diana de la campiña uruguaya, que adentro de su categoría de diosa medio agraria, medio cinegética, guarda disimulada su humanidad de hija de Eva. La Naturaleza, hasta hoy, conserva casi todo su secreto y apenas suelta una que otra gota parecida a una uva exprimida, en la manaza tendida del averiguador. La Naturaleza, es decir, Juana, no puede contar a vosotros, curiosísimos varones interrogadores, cómo se las arregla para soltar la luz sin ningún trabajo y cómo hace para que el agua de su poesía resulte a la vez eterna y niña. Son cosas muy profundas, aunque parezcan tan inocentes, la Naturaleza, hija de Dios, y Juana, hija del Uruguay, y nadie tampoco acertaría con las índoles, los modos (yo no quiero decir la horrible palabra "métodos") de Juana de América. Por algo lleva ella nombre geográfico adobado al de la pila bautismal; no es ningún azar ese apelativo que le dieron y que la deja sola con la América, dueña de la llave inefable de nuestro mujerío, es decir, con la fórmula de la femineidad americana. Siempre que voy hacia Juana -y la visito con frecuencia fiel- yo la dejo como la hallé, en su candor y su misterio. Su misterio es el peor de todos, el de lo luminoso y no el de lo sombrío, y burlaría al propio doctor Fausto. La simplicidad, el instinto radioso, el candor y la pureza de las potencias son más dificultosas de entender que la oscuridad, el pecado y la degradación de las facultades. Ahí está el agua cayendo llena de luz y de gozo, el agua sin par de Juana. Beber, callar mientras se bebe, y agradecer: esa es toda la política que nos corresponde a mujeres y hombres en el caso de Juana de América."
[15]
Esta amistad fraternal, esta mutua admiración entre las dos mayores poetisas de habla hispana en un largo período de tiempo, no fue nunca enturbiada por ningún malentendido, por ningún recelo, por ninguna emulación.
Hablemos ahora un poco en torno a semejanzas e incompatibilidades entre la obra de Juana y de Gabriela. Son más las incompatibilidades, ya que ambas se complementan logrando así una imagen bastante integral de la mujer: la uruguaya, fresca, espontánea, optimista -esto último, sólo en la primera fase de su obra, es decir, la que le dio la popularidad-; Gabriela, austera, dolorosa, apostólica. La chilena tiene en su obra -ya se ha dicho más de una vez- mucho de aquellas mujeres de los Evangelios. Juana simboliza la femineidad delicada, refinada en su autenticidad, coqueta si se quiere. Y cuando evolucionó -por aconteceres de su existencia- a notas sombrías, no fue el dolor amargo y tenaz de Desolación -pongamos por caso- el que la recibió, sino una melancolía de otoño, de prado que empieza a dorarse con los rayos del sol poniente, tornándose más sugestivo, quizá más bello... ambas autoras -sin embargo- han coincidido en la antirretórica de su expresión, en el anti-academismo de su versificación, que -dentro de resonancias musicales- es libre y directa.
Por lo demás, no ha faltado alguna coincidencia entre ambas autoras: coincidencia, hemos dicho, no imitación, ni siquiera reminiscencia. Por ejemplo, Cuando Gabriela dice, en su primer libro:

Tú no oprimas mis manos,
Llegará el duradero
tiempo de reposar con mucho polvo
y sombra en los entretejidos dedos.
Tú no beses mi boca.
Vendrá el instante lleno
de luz menguada, en que estaré sin labios
sobre un mojado suelo.
[16]

Es evidente que el lector de Juana recordará -o viceversa, si ha leído primero a Gabriela- aquellos dísticos de Las lenguas de diamante:

No codicies mi boca. Mi boca es de ceniza
y es un hueco sonido de campanas mi risa.
No me oprimas las manos. Son de polvo mis manos
y al estrecharlas tocas comida de gusanos
.
[17]

Asimismo, es inevitable la hermandad entre el final del tercero de los "Poemas del hogar" de Desolación:

¡Yo quiero que todos los pobres tengan como yo, en esta siesta ardiente, un cántaro fresco para sus labios de amargura!
[18]

y el primero de los poemas de El cántaro fresco.
Insistimos en que -conociendo la probidad de ambas escritoras, la energía de sus personalidades- no hablamos de imitaciones. Se realizan aquí aquellas coincidencias de la época, de matices sicológicos si se quiere. Ambas escritoras son -ya lo hemos subrayado- muy distintas en su "idée-maitresse" y complementan, con sus antagonismos, las fascetas de la femineidad.
Donde más puede apreciarse lo opuesto de sus maneras poéticas es en sus canciones de cuna: las de Gabriela -anteriores a las de Juana- son, en general, amargas (no así las que escribió mucho más tarde, con aportes rítmicos del folklore hispano, según propia confesión y evidencia). En cambio, las "Canciones de Natacha"
[19] de la uruguaya cultivan el "non sense" tan caro a los países de habla inglesa; son alegres, juguetonas.
Y ya en el estilo de vida de ambas escritoras, ¿cómo no detenernos a considerar la divergencia de dos visiones tan distintas de la vida? Juana no abandonó nunca el hogar, sino por fugaces, fugacísimos viajes (dos o tres en toda su larga vida). En cambio, Gabriela, ya desde mediados del año 20, hasta ese enero del 57 en que falleció en la pequeña ciudad industrial de Hampstead, en el estado de New York, fue una peregrina constante e infatigable, alejada de su patria. En un plato de porcelana que la esposa del poeta y educador uruguayo Blás S. Genovese le tendió, en 1938, para que escribiera algo, la autora de Lagar dejó este lindo pensamiento, en indeleble tinta china: "Blanca: Cuando coma naranjas en este plato, acuérdese de la chilena vagabunda, Yo, mirando el mar, le enviaré recados".
Recordemos, asimismo, que muchos años después de la ausencia física de la autora de Recado de Chile, Juana publicó unas líneas muy emotivas en que expresa:
"A Gabriela había que verla en la intimidad para encontrarle su belleza y conocerle el carácter. Tendría entonces los primeros años de su recia cuarentena. Los ojos bronceados y hermosos, la tez bronceada y áspera, los dientes deslumbrantes, la figura de campesina. De pronto hablaba interminablemente de cosas, de gente conocida suya, de persecuciones, hechicerías y fantasmas. De pronto, por largos ratos callaba obstinada, sumergida en recuerdos o meditaciones difíciles de adivinar. Poseía un buen gusto evidente y una crítica sonreída e irónica, certera como un pistoletazo. Nunca la vi caer en el pecado de vanidad, torpeza o autoalabanza. Quisiera alcanzar para este enfoque la gracia y atracción de su palabra, su acierto de juicio, su pasión para tratar lo que amaba. Gabriela conocía la magia del suspenso y se la escuchaba apasionadamente."
Esta evocación tan certera, objetiva y minuciosa, se ahonda en emotividad cuando la uruguaya sigue recordando:
"¿Para qué hablar de su obra eterna? Hoy sólo quiero recordarla como aquel día de plenitud en que almorzó en mi casa con Connie
[20] y un grupo de gente uruguaya que la quería y acataba. Mi madre presidió la mesa, Gabriela parecía aún entera, pero ya estaba herida y vagabunda. Nunca habría de gustar el fruto del árbol que plantara, ni gozar de las flores de su jardín que cuidaba con tanto esmero."[21]
Y más cercanamente aún, refiriéndose a aquel día del invierno montevideano (10 de agosto) de 1929, en que fue consagrada Juana de América, ésta expresa con noble humildad y en un nuevo homenaje a su amiga chilena:
"Yo era la que menos merecía esa proclama. Estaba Gabriela viva, estaba Alfonsina. Ellas sí que la merecían, puesto que tenían más obra que yo. Por otra parte, la fama de Gabriela se mantiene incólume hasta nuestros días, sin altibajos".
[22]
Es hermoso, es confortante repasar estas páginas, de las que hemos venido desglosando algunos conceptos, que muchas veces son sentimientos. Sentimientos de los más nobles, que podrían llevar aquel epígrafe de Juan Ramón acerca de la amistad: "cristalino remanso en que el alma tranquila copia -¡divino espejo!- la majestad idílica de sus cielos dorados!"[23]
El principal motivo de esta nota es, por tanto, destacar la fidelidad de una amistad. Gabriela y Juana, famosas casi al mismo tiempo, tuvieron el señorío de saber defender su amistad -su cordialidad- contra las nubes enemigas. La vieron crecer y florecer y estuvieron frente al casi milagro -o "dulce milagro" si se prefiere, para usar una expresión cara a la uruguaya- de que esa amistad fraternal durara hasta la ausencia definitiva de Gabriela. Es decir: más de treinta y seis años.


Suplemento Dominical de "El Día" Nº 2420, Montevideo, 2 de marzo; Nº 2421, 9 de marzo y Nº 2422, 16 de marzo de 1980 (De nuestra colección particular).


.

[1] En su casita del barrio de la Unión, de Montevideo, en 1921, la propia Juana de Ibarbourou nos leyó y mostró esta carta, de la que no tomamos copia.
[2] En una carta que en 1925 dirigió Gabriela a la poetisa y ensayista uruguaya Luisa Luisi.
[3] En un recorte de periódico uruguayo que no hemos podido individualizar, correspondiente al día de la primera visita a Montevideo.
[4] El novelista chileno Eduardo Barrios (1884-1950) hoy algo olvidado, pese a la indudable jerarquía de su obra, era por entonces muy amigo de Juana de Ibarbourou -a quien no llegó a conocer nunca personalmente- y además ambos escritores eran compadres, ya que Juana es madrina de una de las criaturas del autor de Hermano asno.
[5] Carta de Eduardo Barrios, del año 1925, a Juana de Ibarbourou.
[6] Gabriela Mistral. Desolación. Paisajes de la Patagonia: I. Desolación. pág. 204, Santiago de Chile. Edit. Nascimento, 1923.
[7] Esta carta de Gabriela está fechada en Santiago de Chile, marzo de 1925.
[8] Juana de Ibarbourou. Páginas de literatura contemporánea. Montevideo, A. Monteverde & Cía., 1924, 143 págs.
[9] Op. cit., pág. 38.
[10] Revista Nacional. Montevideo, Ministerio de Instrucción Pública, Año 1, Nº 2, febrero 1938, pág. 204.
[11] Op. cit., "una tarde ática, pág. 201.
[12] Op. cit., "Entre un par de maletas a medio abrir y la manecilla del reloj", por Alfonsina Storni, pág. 222.
[13] Op. cit., "Casi en pantuflas" por Juana de Ibarbourou, pág. 208.
[14] Op. cit., "Acto de desobediencia a un Ministro" por Gabriela Mistral, pág. 203.
[15] Idem.. Idem, pág. 204.
[16] Gabriela Mistral: "Desolación" Santiago de Chile 1923. Editorial Nascimento, 1923. Poema "Íntima" pág. 144.
[17] Juana de Ibarbourou: Las lenguas de diamante, Buenos Aires, 1919.Cooperativa Editorial Limitada "Buenos Aires" Poema "Lacería" pág 115.
[18] Gabriela Mistral: Desolación Edic cit. Poema "El cántaro de greda" pág. 318.
[19] Juana de Ibarbourou. Obras completas. Compilación anotaciones y noticia biográfica, por Dora Isella Russell. Madrid, Aguilar, S.A. 1953. "Las canciones de Natacha". Págs. 242-47.
[20] Trátase de Connie Saleva, puertorriqueña, que fue secretaria de la autora de Desolación.
[21] "Mis amados recuerdos: Gabriela y Alfonsina" por Juana de Ibarbourou. Suplemento dominical de EL DÍA, Montevideo, 11 de agosto de 1968. Año XXXVII, Nº 1837, pág. 7. En obras completas, Madrid, Aguilar, 3ª ed., 1968. Pág. 1300.
[22] "Juana de América" por Tabaré J. di Paula. Revista Clarìn. Buenos Aires, domingo 2 de marzo de 1969. Edición Nº 8308. Pág. 7.
[23] Juan Ramón Jiménez. Primeros libros de poesía. Recopilación y prólogo de Francisco Garfias. Madrid, Aguilar S.A. 1959. "La amistad". Pág. 1259.

21 de abril de 2009

Entre un par de maletas a medio abrir y las manecillas del reloj





Alfonsina Storni

Estoy en San Juan; tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causa en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de una puerta.
A los seis, robo con premeditación y alevosía, el texto de lectura en que aprendí a leer. Mi madre está muy enferma en cama; mi padre perdido en sus vapores. Pido un Peso Nacional para comprar el libro. Nadie me hace caso. Reprimendas de la maestra. Mis compañeras van a la carrera en su aprendizaje. Me decido. A una cuadra de la escuela Normal a la que concurro, hay una librería: entro y pido "El Nene". El dependiente me lo entrega; entonces solicito otro libro cuyo nombre invento. Sorpresa. Le indico al vendedor que lo he visto en la trastienda. Entra a buscarlo y le grito: "Allí le dejo el peso" y salgo volando hacia la escuela. A la media hora las sombras negras, en el corredor, de la directora y de aquél, encogen mi corazoncillo. Niego; lloro; digo que dejé el peso en el mostrador; recalco que había otros niños en el negocio. En mi casa nadie atiende reclamos y me quedo con la pirateada.
Crezco como un animalito, sin vigilancia, bañándome en los canales sanjuaninos, trepándome a los membrillares, durmiendo con la cabeza entre pámpanos. A los siete años me aparezco en mi casa a las diez de la noche acompañada por la niñera de una casa amiga a donde voy después de mis clases y me instalo a cenar.
A los ocho, nueve y diez, miento desaforadamente: crímenes, incendios, robos, que no aparecen jamás en las noticias policiales. Soy una bomba cargada de noticias empeluznantes; vivo corrida por mis propios embustes; alquitranada en ellos; meto a mi familia en líos; invito a mis maestros a pasar las vacaciones en una quinta que no existe; trabo y destrabo; el aire se hace irrespirable; la propia exuberancia de mis mentiras me salva. En la raya de los catorce años, abandono.
A los doce años escribo mi primer verso. Es de noche; mis familiares ausentes. Hablo en él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo cuidadosamente y lo dejo debajo del velador para que mi madre lo lea antes de acostarse. El resultado es esencialmente doloroso; a la semana siguiente tras una contestación mía levantisca unos coscorrones frenéticos pretenden enseñarme que la vida es dulce.
Desde entonces los bolsillos de mi delantal, los corpiños de mis enaguas, están llenos de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan.
Desde esa edad hasta los quince, trabajo para vivir y ayudar a vivir. De los quince a los dieciocho, estudio de maestra y me recibo Dios sabe cómo. La cultura literaria que en la Normal absorbo para en Andrade, Echeverría, Campoamor...
A los diecinueve estoy encerrada en una oficina; me acuna una canción de teclas; las mamparas de madera se levantan como diques más allá de mi cabeza; barras de hielo refrigeran el aire a mis espaldas; el sol pasa por el techo pero no puedo verlo; bocanadas de asfalto caliente entran por los vanos y la campanilla del tranvía llama distante.
Clavada en mi sillón, al lado de un horrible aparato para imprimir discos dictando órdenes y correspondencia a la mecanógrafa, escribo mi primer libro de versos, un pésimo libro de versos. ¡Dios te libre, amigo mío, de "La Inquietud del Rosal"!... Pero lo escribí para no morir.
Era verdad lo que expresé más tarde, en mi tercer libro de versos, "Irremediablemente", también malo, diciendo:

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
no fuera más que aquello que no pudo ser.
No fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debía hacer:
dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna... ¡Ah!, bien pudiera ser...

A veces en mi madre, apuntaron antojos
de liberarse, pero se le subió a los ojos
una honda amargura, y en silencio lloró.

Y todo esto mordiente, vencido, mutilado,
todo esto que se hallaba en su alma encerrado,
pienso que sin quererlo, lo he libertado yo.

¿Fue verdad también lo que, en tiempos de mi libro "Ocre", confesé, desconociendo la mayor parte de mi obra anterior?

Me faltaba un amor y ya lo tuve;
una infamia también y di con ella;
un engaño y lo hallé; la savia sube
a cupular mi vida en una bella
rama cargada que pesarme siento
y empiezo a madurar: estate atento.


¿Mi poesía era pues, rebeldía, desacomodo, antigua voz trabada, sed de justicia, amor del amor enamorado, o una cajita de música que llevaba en la mano, y sonaba sola, cuando quería sin clave para herirla?
¿No es, por otra parte, el poeta, un fenómeno que en sí mismo ofrece pocas variantes, una antena sutilísima que recibe voces que le llegan no se sabe de dónde y que traduce no sabe cómo?
Desde luego que interesa al vivo conocer cómo lo hirió la honda; sus rechazos; afinidades; los vientos perturbadores: tormentas; interferencias; los buenos y malos obreros afinadores, retardadores, o amplificadores que modificaron la trasmisión.
Sabido es que el carácter individual y las circunstancias en que éste se despliega son los reguladores de la obra de un escritor; pero al entrar en tales meandros, respecto de la modestia mía, me es hoy materialmente imposible por falta, repito, de tiempo, para escarbar y cepillar mis recuerdos e ideas.

Suplemento dominical de "El Día" Nº 303 - Montevideo, 30 de octubre de 1938 (de nuestra colección particular)



Monumento a Alfonsina Storni en la ciudad de Mar del Plata

Juana, Alfonsina y Gabriela, la única vez que estuvieron juntas








Este cuarto artículo no alcanza el nivel de los otros. Parece ser una tesis universitaria, y su propósito declarado es "destacar su visión como mujeres, [...] marcadamente feminista" en las ponencias que las "Musas de América" nos regalaron durante la convocatoria que el Ministro Eduardo Víctor Haedo realizó para el "Curso sudamericano de vacaciones” en la Universidad de Montevideo, en el verano de 1938. Así lo muestra la bibliografía aportada por la autora[1], la que se limita a "cribar" esas conferencias para extraer los pasajes donde dicho feminismo aparece, y comentarlo brevísimamente.
La reconocida astucia con que Haedo manejó tanto su vida personal como sus acciones sociales y políticas, nos permite suponer -dados los resultados- que su interés estaba más centrado en el efecto histórico -y su rédito político- que la reunión de las tres famosas poetisas provocaría, antes que la enseñanza que la forzada declaración "sobre su forma de escribir poesía y el rol de la mujer en la literatura" dejaría para ser "la semilla de toda la poesía femenina latinoamericana posterior", algo que no era fácil prever.
Su hija Beatriz Haedo de Llambí dice, refiriéndose a Juana y a Gabriela: “Que las asocie en mi recuerdo infantil es el resultado natural del impulso creativo de mi padre, que las unió en una de sus grandes quijotadas: los cursos sudamericanos de vacaciones. Esos cursos, que hoy apenas se recuerdan, fueron uno de los proyectos más ambiciosos entre todos los que él imaginó, en su veloz y dinámico paso por el Ministerio de Instrucción Pública. Su propósito era crear la Universidad Sudamericana, una institución académica supranacional que asegurara no sólo el intercambio y la cooperación académica de todos los países sudamericanos, sino que constituyera un centro intelectual a escala continental. La Universidad lo desveló, recorrió Sudamérica sembrando la idea, y la imaginaba como parte de una gran movilización cultural. […] Pero si no tuvo éxito en que el proyecto cristalizara después de su alejamiento del Ministerio, logró que fuera un extraordinario éxito de comunicación. La idea de reunir las tres mayores poetisas americanas fue un suceso que no pasó al olvido. Su presencia en Montevideo en el verano de 1938, para los cursos iniciales, ocupó primeras planas y perduró en la memoria, haciendo de la foto de Juana, Alfonsina y Gabriela un clásico publicado una y otra vez.
[2]
Este estudio no ahonda en el análisis de esas ponencias, pero tiene la virtud de dejarnos saber con suficiente detalle en qué consistieron, y lo -poco- que dijeron unas de otras las poetisas en ellas.
Desde el punto de vista de las explicaciones que los Guías pueden ofrecer, en los lugares y momentos oportunos, la información histórica y biográfica suele ser más relevante que la literaria, por lo que ¡saquémosle provecho a este artículo!
[3]

(C.A.)

Storni, Mistral, Ibarbourou:

encuentros en la creación de una poética feminista
Lorena Garrido
Universidad de Victoria de Wellington, Nueva Zelandia

Resumen
Si consideramos la poesía escrita por mujeres en Latinoamérica en el siglo XX, los nombres de Alfonsina Storni (Argentina), Gabriela Mistral (Chile) y Juana de Ibarbourou (Uruguay) destacan como precursoras de la poesía femenina posterior. Estas escritoras tuvieron un contacto cercano que marcó su punto más alto en una conferencia dada por ellas en el año 1938 en la Universidad de Montevideo sobre su forma de escribir poesía y el rol de la mujer en la literatura.

El año 1938 el Ministro de Educación de Uruguay organizó un curso de verano llamado “Curso sudamericano de vacaciones” en la Universidad de Montevideo. A una de las sesiones fueron invitadas las mayores exponentes de la poesía del cono sur de ese momento: Juana de Ibarbourou, de Uruguay; Alfonsina Storni, de Argentina y Gabriela Mistral, de Chile, para hablar de su labor poética y explicar cómo escribían sus versos.
A pesar de la importancia de estas escritoras en la literatura latinoamericana, las ponencias, por increíble que parezca, no han sido analizadas. Únicamente se las menciona en algunas biografías, sin observar que hay en ellas importantes declaraciones sobre creación y poesía
[4]. En un momento en que la mujer tenía un rol completamente secundario en la sociedad, y más aún en el ámbito literario y poético, el surgimiento de una generación de poetas mujeres de renombre es significativo, sobre todo si consideramos la importante influencia que tendrían en la escritura de las poetas que las siguieron.
Junto con mostrar la postura poética de cada una de ellas, mi objetivo es destacar su visión como mujeres, que creo era marcadamente feminista. Por supuesto, el feminismo como tal no llegaba aún a Latinoamérica y la posición de estas mujeres no era radical ni era sustentada por ningún argumento teórico. Sin embargo, como veremos a continuación, cada una a su modo se rebeló en contra del orden hegemónico patriarcal imperante, si no a través de su vida, a través de su poesía, en la que cada una, y por medio de distintos recursos, denunció y criticó la situación de la mujer. ¿Hay alguna relación entre la poesía de estas mujeres y su ponencia para este curso? ¿Qué elementos comunes hay entre los discursos de estas escritoras? Analizaré brevemente la ponencia de cada una de ellas para luego referirme a los intercambios personales y literarios entre las visiones de estas poetas.

Juana de Ibarbourou
La primera en exponer fue Juana de Ibarbourou, quien era a la vez, como uruguaya, la anfitriona de la conferencia. En el momento en que se produce este encuentro, Ibarbourou ya había publicado tres libros de poemas: Las lenguas de diamante (1919), Raíz Salvaje (1922) y La rosa de los vientos (1930). En ellos, hay una constante preocupación por la muerte, la naturaleza y, por supuesto, el amor, temas comunes a todas las poetas de su época y también a las que la precedieron. La transgresión de Ibarbourou se relaciona más con sus poemas eróticos, en los que “la naturaleza aparece como el elemento regulador de la pasión desbordante de la hablante lírica. Nunca antes una mujer había cantado tan abiertamente el erotismo del amor” (Rosenbaum 1945: 231). Sin embargo, ella controlaba esta pasión si no por medio de la naturaleza, por medio de adjetivos que en su oposición le restaban erotismo a su mensaje como “puro impudor”, “casta impudicia”. Hay claramente en Ibarbourou una dualidad de discurso que creemos refleja la contradicción entre la autoimagen de la mujer y la impuesta por el discurso patriarcal. Algunos autores, como María Teresa Aedo (1996), han identificado en la escritura de Ibarbourou una conciencia de la relación saber-poder (en términos de Foucault) del discurso que demuestra al tratar de denunciar el sometimiento al que se encuentra la mujer mediante una técnica de alternancia de distintos discursos. Así, por una parte escribe: “qué pena tan honda me da ser mujer” pero en otras censura sus deseos. ¿Qué tanto de esta intención aparece en el discurso de Ibarbourou leído en la Universidad de Montevideo?
Como punto de partida, es necesario considerar que entonces, tal y como afirmaran Sandra Guilbert y Susan Gubar (1979), era común, y casi necesario para las escritoras, rebajar sus palabras. Ibarbourou comienza su discurso, titulado Casi en pantuflas, precisamente, afirmando lo difícil que es referirse a su obra poética al carecer ésta de trascendencia. No parece haber, de este modo, ningún indicio de feminismo en la introducción de su ponencia; de hecho, al definir la labor del poeta (al cual considera un medium entre una voz superior y la poesía), lo define como un hombre, usando el genérico que incluye y diluye la existencia de la mujer. Hasta ese momento, Ibarbourou no transgrede el discurso patriarcal en ninguno de sus aspectos: rebaja su trabajo al ser mujer, no considera hacer ningún aporte intelectual, define al poeta como un hombre. Pero aquí es donde se produce un giro importante en su línea argumental: “Y se llame Wilde, o Verlaine, o Darío, o Baudelaire, o Rimbaud o D´Annunzio y sea un vagabundo, un vicioso, un bebedor, un ególatra. Lo mismo es para la humanidad reverente, y lo mismo, sobre todas las brumas, triunfa su llama”. Es decir, según Ibarbourou, la gente suele darle al poeta una áurea de santidad que no posee, especialmente el poeta por antonomasia, un hombre. Y lo que es más, por el hecho de ser poeta y hombre, su capacidad creadora no es cuestionada ni su vida es puesta en tela de juicio. Ibarbourou refuerza esta idea con el ejemplo de Verlaine:

Hubiera sido curioso preguntarle a Verlaine, que sobre las mesas de los cafés y entre ajenjo y ajenjo escribía sus poemas, cómo realizaba su obra. El pobre ser, tartamudo de alcohol, con los ojos turbios y el entendimiento turbado, se hubiera encogido de hombros, más elocuente en su respuesta muda que en la pretensión de explicarse con cien palabras hipantes y tartajosas.

Esto no ocurre con las mujeres, e Ibarbourou siente que al pedírsele que defina su poesía se la está cuestionando, y lo confirma al decir que se sabe atrapada en una “época de realidad impositiva y rotunda”. Por eso al referirse a su manera de crear confiesa una vida sencilla, que la aleja del estereotipo del poeta hombre. Para Ibarbourou, como para las otras dos escritoras, tal y como veremos más adelante, el acto de creación poética ocurre en soledad, en un ambiente simple y cotidiano:

Yo sé que voy a decepcionar a muchos lectores desconocidos de esta inevitable –¡ay, sí, inevitable!– confidencia de hoy. Decirles que no uso vestiduras flotantes, ni luces veladas, ni lámparas de oro, ni divanes cubiertos con pétalos de rosas...., o rizadas violetas, según la estación, es tal vez un desafío que puede costarme caro. Decir que mi torre de marfil es una amable habitación querida, en lo alto de mi casa, con dos grandes ventanas abiertas a la vida, al mar, a un paisaje terrestre lleno de árboles y de viviendas pobres, quizá no sea hábil.

Aquí, Ibarbourou se cuestiona la posibilidad de ser honesta en ese momento, de transgredir la norma, de contradecir lo que se espera de ella. Su confesión, creo, va más allá del hecho de que no escribe rodeada de boato y ceremonia; su confesión radica en admitir que, muchas veces, ha jugado el juego de roles establecido. Tal como lo hiciera en sus versos, aparenta sumisión, luego se rebela, para posteriormente autocensurarse antes de ser censurada por otros
[5]. Esta preocupación la ilustra Ibarbourou con una anécdota (real o imaginaria) en que una mujer le pregunta: “– ¿Se suelta usted el pelo para hacer versos? No –le contesté torpemente–. Mi moño no me impide recibir el mensaje de los dioses. Resentida y decepcionada, me dio vuelta la espalda. Estoy segura que nunca más abrió mis libros”. Ibarbourou denuncia en esta historia de apariencia inocente o simplemente graciosa el riesgo de ser olvidada como escritora, si no se calza con el patrón impuesto para la mujer. Por eso su ponencia la termina volviendo a referirse a esta historia diciendo:

A veces pienso, con remordimiento y con pena, lo aseguro, en la mujer que me preguntó ingenuamente si me destrenzaba el cabello cuando hacía versos. Si lo hubiera pensado un poco, tendría que haberle contestado que sí. Además, sólo Dios sabe, después de todo, si estas mínimas confesiones que hoy tengo que hacer en voz alta no son, por la misma causa, una felonía.

Con estas palabras Ibarbourou protege sus afirmaciones de las críticas, porque tal vez todo sea mentira, tal vez todo lo que ha dicho no sea más que una “felonía”. Tal como insinúa en el título Casi en pantuflas, pareciera que nos abre las puertas a su mundo íntimo, pero no lo hace completamente. Parece confesarse, pero no lo hace. Critica el discurso establecido y se retracta.

Alfonsina Storni
La segunda intervención de aquel encuentro fue la de la argentina Alfonsina Storni. En 1938, cuando daba esta ponencia, se encontraba ya al final de su carrera. Por supuesto, ella aún no sabía que habría de morir en un punto al otro lado del Mar del Plata ocho meses más tarde. Storni ya había publicado cuatro libros de poemas, varias obras de teatro y se encontraba trabajando en el que sería su último libro Mascarilla y trébol publicado en septiembre, un mes antes de su muerte.
Storni, a diferencia de Ibarbourou, tenía una postura feminista mucho más abierta, la cual se refleja no sólo en su vida, sino también en su poesía. Como dice de ella Dolores Koch: “Fue la más auténticamente intelectual de las (…) mujeres que en su época se destacaron en la poesía”. Ya en El dulce daño, su segundo libro, aparecen temas relacionados con la problemática feminista. Los arquetipos femeninos son parodiados, en muchos de sus poemas como “La loba”, así como en otros como “Tú me quieres blanca” y “Hombre pequeñito”, donde ironiza la figura del hombre, un ser inferior a la mujer, pero paradójicamente su opresor. En su ponencia, titulada Entre un par de maletas a medio abrir y las manecillas del reloj, escrita en un tren la noche anterior, Storni revela sus primeros años de vida y su relación con la literatura, relatando hechos anecdóticos como haber robado el libro con que aprendió a leer a los seis años. Y luego lo que ella considera el germen de su labor de escritora: la mentira:

A los ocho, nueve y diez, miento desaforadamente: crímenes, incendios, robos, que no aparecen jamás en las noticias policiales. Soy una bomba cargada de noticias espeluznantes; vivo corrida por mis propios embustes; alquitranada en ellos; meto a mi familia en líos; invito a mis maestros a pasar las vacaciones en una quinta que no existe; trabo y destrabo; el aire se hace irrespirable; la propia exuberancia de mis mentiras me salva.

La mentira es para Storni, lo que la felonía para Ibarbourou: una forma de escape de un mundo injusto y difícil, representando así la posibilidad de vivir en un mundo paralelo. Desde ese momento, Alfonsina Storni aprende a ocultar lo que escribe. La poesía se hace parte de su vida, pero siempre de una vida paralela, privada y solitaria. Como ella misma lo describe en su ponencia:

Desde entonces los bolsillos de mi delantal, los corpiños de mis enaguas, están llenos de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan.

Más adelante relata el momento en que escribió su primer libro:

“Clavada en mi sillón, al lado de un horrible aparato para imprimir discos dictando órdenes y correspondencia a la mecanógrafa, escribo mi primer libro de versos, un pésimo libro de versos. ¡Dios te libre, amigo mío, de La inquietud del rosal...!”.

Al igual que Ibarbourou, rebaja su propia escritura, actitud común en las escritoras de entonces. Además, Storni se justifica diciendo que lo escribió para “no morir”, relacionando así la escritura con una forma de evasión de un mundo ingrato. Es interesante que, luego de esta aclaración, ella misma lea uno de sus poemas, en el que dice ser la primera de una larga cadena de mujeres en su familia que rompió con las ataduras de un mundo represivo. A pesar de ello, lo introduce con una pregunta, que tiene como propósito restar credibilidad a sus versos, haciéndolos menos “agresivos”:

¿Era verdad lo que expresé más tarde, en mi tercer libro de versos, irremediablemente también malo diciendo:

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
No fuera más que aquello que nunca pudo ser,
No fuera más que algo vedado y reprimido
De familia en familia, de mujer en mujer
(1-4).

Para luego concluir:

Y todo esto mordiente, vencido, mutilado.
Todo esto que se hallaba en su alma encerrado,
Pienso que sin quererlo lo he libertado yo
(13-15).

En este poema Storni declara que su poesía es una forma de liberar no sólo a ella, sino incluso a su madre y todas las mujeres de la “casa materna”. Con su oficio de poeta transforma su voz en la voz de otras mujeres. Es lo que ocurre con todas las escritoras, pero particularmente con las poetas, porque, y usando las palabras de Cixous y Clément: “la poesía existe sólo sacando fuerzas del inconsciente, y el inconsciente, el otro país sin límites, es donde sobrevive la mujer reprimida”.
Storni continúa su conferencia planteando un tema que ha estado presente en la crítica literaria, que identifica la poesía como casi completamente autobiográfica; problema que afecta a los poetas en general, pero particularmente a las mujeres, cuyos poemas se suelen analizar en relación con sus vidas. Si esto fuera cierto, la labor de las poetas sería menor, ya que no implicaría ningún trabajo creativo. Storni dice:

¿Mi poesía, era, pues, rebeldía, desacomodo, antigua voz trabada, sed de justicia, amor del amor enamorado, o una cajita de música que llevaba en la mano, y sonaba sola, cuando quería sin clave para herirla? ¿No es, por otra parte, el poeta, un fenómeno que en sí mismo ofrece pocas variantes, una antena sutilísima que recibe voces que le llegan no se sabe dónde y que traduce no se sabe cómo?.

Luego de lanzada la pregunta, no la contesta, dejando la interrogante en el aire, y excusándose por no poder contestarla, debido a la falta de tiempo para luego, definir brevemente la labor del poeta. Para Alfonsina Storni el poeta es una mezcla de animal, y de ser elegido que sirve de puente entre el mundo real y un mundo imaginado, que en su caso sirve de voz a otras mujeres que no la tienen.

Gabriela Mistral
De nuestras tres poetas, Gabriela Mistral es la que alcanzó mayor notoriedad como escritora al recibir el Premio Nobel de Literatura en el año 1945. Mistral es, en su escritura, la menos feminista de las tres poetas. En sus poemas nunca aspira al amor físico de un hombre como Ibarbourou; de hecho, sus poemas más conocidos son los escritos a los niños y que reflejan una imagen de madre y maestra. Por ello, llama la atención que, a pesar de ser la menos feminista en su escritura, su ponencia es la que contiene la crítica más directa al sistema patriarcal.
Mistral parte su presentación invocando a otras poetas uruguayas que antecedieron a nuestras escritoras: Delmira Agustini y María Eugenia Vaz Ferreira. Mistral es la única de las tres que hace referencia a otras poetas en su discurso y que se inserta a sí misma dentro de una tradición no patriarcal en la poesía: “Me siento como una acumulación de hablas reunidas. Apenas llevo el acento individual, la voz que lleva un nombre solo”. Junto con ello, prosigue su presentación, advirtiéndole al Ministro de Educación uruguayo, quien ha organizado este encuentro, de que no encuentre la respuesta que busca en esta conferencia: “Yo me temo que vaya a fracasar la linda intención del Ministro Aedo
[6] de someternos a una encuesta verbal, a una confesión clara, a un testimonio. Me temo que fracase a causa de nuestra malicia de mujeres y, sobre todo, de nuestro radical desorden de mujeres”.
Con gran ironía advierte, siguiendo la imagen estereotípica de la mujer, que puede ser que no hagan lo que se les pide, para luego agregar que siente que las llaman a juicio, coincidiendo en este punto con la observación hecha por Ibarbourou. Por ello, cuando va a introducir el tema de cómo compone sus versos dice con sarcasmo: “Ahora voy a obedecer al Ministro”, para luego hablar de cómo escribe, diciendo: “los hombres son tanto o más vanidosos que las mujeres. Las mujeres no escribimos solemnemente. Yo escribo en una tablita y el escritorio nunca me ha servido para nada”. En este punto concuerda con Ibarbourou, quien, como ya he mencionado, declara que su Torre de marfil es una simple habitación con mucha luz.
Cuando comienza a hablar sobre los temas de su poesía, revela la nostalgia de su patria, lo que reflejaría, posteriormente en su libro Tala de 1938 en poemas como “País de la Ausencia”, “La extranjera” y “El fantasma”. La razón de escribir es la misma que en Storni: una forma de conectarse con el yo perdido, con la infancia y también con la patria, la cual Mistral evitó en vida, debido a los constantes problemas que tenía en Chile, por ser “demasiado sincera”:

Escribir me suele alegrar, me suaviza el ánimo, me regala un día tierno, ingenuo e infantil. Me da la ilusión de haber estado algunas horas en mi patria real, en mi suelto antojo de costumbres, en mi libertad total.

Juana de Ibarbourou describía que su inspiración venía de alguna entidad superior de la cual ella era medium; Alfonsina Storni la identificaba con alguna idea que le surgía luego de haber observado algo; Mistral relaciona la inspiración con una melodía proveniente de la naturaleza, con la cual ella tuvo especial contacto en su infancia y que ella llama poesía anecdótica. Esta poesía anecdótica se refleja en el lenguaje de Mistral. Ella asevera en su presentación que su intención es acercarse lo más posible a la lengua hablada. Esto lo hace desplazando al lenguaje de sus signos habituales, cambiando el significado de algunos términos y creando otros como “mujerío”. Pero lo más interesante, para mí el clímax de su ponencia, es lo que dice a continuación:

Es un sedimento de la infancia sumergida que, aunque resulte amarga y dura, me lava de los pecados del mundo y de una vileza esencial parecida al pecado original. Tal vez el pecado original no sea más que nuestra caída en la expresión racional y antirrítmica a la cual bajó el género humano que nos duele más a las mujeres por el voto que perdimos en la gracia de una lengua de expresión y de música que iba a ser la lengua del género humano.

Para Mistral, el lenguaje poético es un lenguaje universal del cual las mujeres han estado excluidas por siglos. La poesía es una forma de volver a la infancia, de conectarla a un mundo donde la discriminación del orden patriarcal y el discurso occidental no era notoria, menos para Mistral, que creció entre las montañas del norte de Chile en un mundo constituido únicamente por mujeres: su madre y su hermana. La represión y discriminación que sufriría después en su país por su fuerza al tratar de ganar un espacio reservado sólo para hombres, era aún algo desconocido. Mistral reconoce y denuncia la marginalización sufrida por la mujer en la literatura y lo hace en este párrafo.
Con este discurso, Gabriela Mistral deja clara su postura frente a la escritura y la poesía y su visión me parece que revela una conciencia feminista que servirá de ejemplo para las generaciones de escritoras posteriores.

Intercambios
En este punto analizaré brevemente los intercambios que se producen entre estas poetas: cómo se refieren a las otras, qué relación hay entre ellas y qué elementos comunes podemos extraer de estas ponencias.
Primero, todas reconocen la labor de las otras y demuestran su admiración y respeto por sus obras. Juana de Ibarbourou en esta ponencia llama a Mistral “Gabriela, la grande”, porque “ella es América entera” (1316). Ibarbourou admiraba a Mistral con la que tuvo una relación amistosa. Su relación con Storni no fue muy cercana, debido a la gran diferencia de personalidad de ambas. Alfonsina Storni, por su parte, se refiere a ambas, Ibarbourou y Mistral, en su ponencia: “Mi presencia aquí quiere significar un homenaje a la uruguaya y a la chilena: a Gabriela y a Juana, y en ellas mi adhesión a la mujer escritora de América, mi fervor por su heroísmo cuya borra conozco” (1075). Storni siente que por ser poetas y mujeres, hay un nexo que las une. Con Mistral tuvieron una relación cercana. De hecho, ambas dedicaron poemas a la otra y manifestaron públicamente su mutua admiración. Las dos tenían mucho en común: origen humilde, autodidactas, profesoras en gran parte de sus vidas, mujeres solas, rechazadas en los ambientes de elite y literarios de sus países. Mistral dice de Storni en su ponencia:

Alfonsina no ha sido otra que la jugarreta deliciosa del sueño de una noche de verano. Cuando más soltará sólo una pequeña prenda de la masa de sus secretos. Se burlará de nosotros y hará bien, porque nació para ello. La inteligencia afilada como el alfiler que la japonesa lleva en el moño, sacudió a Alfonsina, hermana siamés mía, por virtud de la cordillera.

De Juana de Ibarbourou dice: “la naturaleza no ha querido dar su ancha fórmula y cuanto deja la naturaleza, es decir, Juana no puede contarles, curiosísimos varones interrogadores, cómo guarda disimulada su feminidad
[7] entera, cómo suelta la luz sin que le cueste trabajo (...) Estas son cosas muy serias aunque parecen inocentes”. Mistral da con la clave de la escritura de Storni, Ibarbourou, tal vez porque lo sabe por experiencia propia: ambas de una forma u otra, revelan sólo una parte de lo que quieren decir. Ambas subvierten el discurso patriarcal: Juana, por medio de un aparente candor; Alfonsina, por medio de la ironía.
Por lo anterior, podemos concluir que las tres se saben portadoras de un poder, de una voz que intenta representar la voz de otras mujeres. Las tres conciben su poesía como una forma de escape, y el acto de la creación como una maternidad. Storni, Ibarbourou y Mistral utilizaron distintas maneras de hacerse escuchar y, sin saberlo, plantaron la semilla de toda la poesía femenina latinoamericana posterior.
Creo que es importante volver a los orígenes, a las precursoras y mirar sus textos desde otra perspectiva. Darles la oportunidad que no tuvieron en vida y dejarles hablar sin censura porque, como dice Mistral:

Nuestra raza todavía no comprende eso que podría llamarse la guarda de los grandes muertos, el honrarlos cotidianamente y el amarlos para que nos perdonen la mano manca que tuvimos al darles la gloria (1999: 145).

Bibliografía
1. Aedo, María Teresa. 1996. “Hablar y oír, saber y poder: la poesía de Juana de Ibarbourou desde Las lenguas de diamante hasta Mensajes del escriba”. Revista Chilena de Literatura 49: 47-64.
2. Cixous, Hélène y Clément, Catherine. 1986. The newly born woman. Minneapolis: University of Minnesota Press. Trans. Wing, B.
3. Guilbert, Sandra y Gubart, Susan. 1979. The Madwoman in the Attic. The woman writer and the Nineteenth Century Literary Imagination. New Haven: Yale University Press.
4. Ibarbourou, Juana de. 1968. Obras Completas. Dora Isella Russell (comp.). Madrid: Aguilar.
5. Jack, Dana C. 1993. Silencing the Self: Women and Depression. New York: Harper Paperbacks.
6. Mistral, Gabriela. 2004. Antología de Poesía y Prosa. Jaime Quezada (comp.) Santiago de Chile: Ministerio de Educación-Fondo de Cultura Económica.
7. Pleilez, Tania. 2003. Alfonsina Storni. Madrid: Espasa Calpe.
8. Rosenbaum, Sidonia. 1945. Modern women poets of Spanish America: The precursors: Delmira Agustini, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou. New York: Hispanic Institute.
9. Koch, Dolores. 1985. Delmira, Alfonsina, Juana y Gabriela: [Apuntes poetas Hispanoamericanas], Revista Iberoamericana 132-133: 723-729.
10. Storni, Alfonsina. 2001. Poesía, Ensayo, Periodismo, Teatro. Prólogo de Delfina Muschietti. Buenos Aires: Losada.
11. Mistral, Gabriela. 1999. La tierra tiene la actitud de una mujer. Seleccción de textos de Gabriela Mistral. Pedro Pablo Zegers (comp.). Santiago: Ril Editores.


Para citar este artículo:
Lorena Garrido. 2005. «Storni, Mistral, Ibarbourou: encuentros en la creación de una poética feminista». Documentos Lingüísticos y Literarios 28: 34-39
www.humanidades.uach.cl/documentos_linguisticos/document.php?id=90
[1] Sin embargo, en ella no está indicado lo más importante, que es de donde obtuvo los textos de las conferencias. (Nota de C.A.)
[2] Beatriz Haedo de Llambí - Recuerdos de una vida – Ediciones de la Plaza, Montevideo, 2006; págs. 22-23. (Nota de C.A.)
[3] Hay algo que nos molesta un poco: la autora comenta el uso del término poeta (en lugar de poetisa): "al definir la labor del poeta [...] lo define como un hombre, usando el genérico que incluye y diluye la existencia de la mujer." Y después de tan logrado concepto -incluye y diluye-, no utiliza la palabra poetisa y sí dice poeta doce veces en su lugar, y todavía aclarando -o redundando- en dos de ellos: "poetas mujeres" y "por ser poetas y mujeres". (Nota de C.A.)
[4] Un ejemplo de esto lo constituye el libro de Tania Pleitez (2003).
[5] Lo anterior se puede relacionar con el concepto desarrollado por Dana Crowley Jack (1993) de “discurso de la melancolía femenina” y puede ser resumido como el vacío que se produce en la mujer cuando, en la lucha de estas dos voces (la del yo y la perspectiva fuera del yo, generalmente moralista y condenatoria), se reprime la propia para poder calzar con la imagen dominante de lo que “debe ser”.
[6] Eduardo Víctor Haedo. (Nota de C.A.)
[7] Femineidad. (Nota de C.A.).

En la foto a color, monumento a las tres poetisas en Mar del Plata, ciudad donde se suicidó Alfonsina.