25 de abril de 2009

¿Eran amigas Juana y Gabriela?

Este extenso pero agradable artículo nos permite conocer en profundidad la relación existente entre ambas, tanto en su mutua admiración como artistas como la personal; y nos amplía el panorama de las ponencias de la conferencia ya estudiada, con seriedad y documentación.
(C.A.)


Las relaciones literarias y amistosas entre Juana y Gabriela
Gastón Figueira (Especial para EL DÍA)

Son muy interesantes las relaciones literarias y humanas entre estas dos poetisas -las más prestigiosas de América Latina en lo que va corrido de nuestro siglo- aunque hasta ahora nadie se haya sentido tentado de escribir sobre ellas.
Gabriela y Juana comenzaron a ser célebres casi al mismo tiempo -es decir, poco después de terminada la primera guerra mundial. Es cierto que ya desde 1903 Gabriela había comenzado a publicar sus ensayos líricos -a veces en prosa poemática- en modestos periódicos de la entones villa La Serena, en su tierra chilena "más suave que rosas y miel", según dijo en una de sus rondas infantiles. Es cierto que en 1914 -ya comenzada la primera guerra mundial- había logrado aquel triunfo en los Juegos Florales de Santiago -el 22 de diciembre-- con sus famosísimos "Sonetos de la muerte" incluidos en Desolación y que están muy lejos de ser de lo mejor de su obra. Si bien estos Juegos Florales lograron cierta repercusión fuera de fronteras, fue preciso que Gabriela saliera de Chile y viajara a México para que su fama de escritora se consolidara.
Juana de Ibarbourou, surgida literariamente más tarde, publicó su primer libro antes que Gabriela: en efecto, Las lenguas de diamante apareció en Buenos Aires en 1919, en tanto que Desolación se imprimió en Nueva York en el 22 (ambas obras, que popularizaron los nombres de sus autoras, aparecieron, pues, fuera de sus respectivas patrias). Por lo demás, también Juana, en su nativa villa de Melo, había publicado -hacía ya varios años pues fue literariamente precoz- sus ensayos poéticos, sobre todo en el periódico "El deber cívico". Como en el caso de aquellas colaboraciones provincianas de Gabriela, en "La Voz de Elqui" y otros periódicos de su región, se trató de publicaciones que no trascendieron fuera del círculo amistoso y familiar.
Edades: la diferencia no es muy grande. Gabriela había nacido en Vicuña el 7 de abril de 1889. Juana vino al mundo en Melo el 8 de marzo de 1892. Observemos de paso que ambas escritoras nacieron en poblaciones pequeñas, y que en pequeñas poblaciones pasaron parte importante de su juventud, además de toda su niñez. Ambas -sobre todo la chilena- proceden asimismo de familias de modesta posición económica.
Cuando surgieron a la vida literaria -no hablemos de aquellas publicaciones olvidadas, en modestos periódicos- quienes actuaban prestigiosamente en el campo poético eran, sobre todo, Alfonsina Storni (nacida en la Suiza de habla itálica, pero legalizada ciudadana argentina) y en Brasil, Gilka Machado, hoy tan olvidada. Porque Delmira Agustini ya se había ido (falleció el 6 de julio de 1914) y María Eugenia Vaz Ferreira, a quien el triunfo de Delmira había puesto en segundo lugar, ya casi no publicaba y se iba haciendo olvidar, voluntariamente.
Y llegó un momento -¿en el año 22?- en que ya no cabían dudas respecto a la lírica femenina de habla hispana: Gabriela y Juana eran sus mayores nombres. Quizá -aparte del valor intrínseco de sus propias obras- se comprendió, sobre todo, que el público se enfrentaba a dos expresiones tan genuinas como altas de la mujer: la uruguaya, en su fineza, en su gracia, en su "élan" amoroso, en su amor danzante a la Naturaleza; la chilena la "mujer fuerte" de la Biblia, el fervor cristiano, también el amor a la Naturaleza, pero visto con otro enfoque. Y el dolor y el afán de superación espiritual. Y el apostolado de la Belleza, con una devoción que -de haberla conocido- hubiera gustado mucho a Rodó, maestro de vocaciones.
En lo referente a Juana, no faltaron quienes exageraron la nota acerca de la femineidad, considerando que sólo es plenamente mujer quien se expresa con tono grácil, quien siempre habla de amor, etc. Fue comprenderla mal. También es auténtica la femineidad de la "mujer fuerte", de la mujer sin coquetería, que trabaja o que, como en uno de sus poemas, "siega los trigos de su hijo".
Cuando apareció el primer libro de Juana, Las lenguas de diamante la autora envió un ejemplar a Gabriela, que vivía en Punta Arenas (hoy Magallanes) donde -gracias a sus méritos y gracias asimismo a la influencia de su amigo Pedro Aguirre Cerda, a la sazón Ministro de Justicia e Instrucción Pública y mucho más tarde Presidente de la República de Chile- ejercía la dirección del Liceo de Niñas, del que era, además, profesora de lenguaje. Gabriela escribió unas líneas laudatorias sobre Las lenguas de diamante en un periódico o revista de Punta Arenas, según recordó más tarde, y envió un ejemplar a Juana, que no lo recibió.
Dos años después, trasladada a Santiago y directora del entonces Liceo Nº 6, la autora de El ruego recibió, muy emocionada y agradecida, la visita del Canciller Buero, quien llevaba expresamente el saludo y el homenaje de Juana de Ibarbourou. En la carta que Gabriela envió a su colega uruguaya
[1] expresándole su reconocimiento por tal visita, le habla de El cántaro fresco y se lamenta, al respecto, de la poca difusión interamericana de libros continentales, a la vez que le recuerda que, en Santiago, le había dicho a un librero que no tenía ningún ejemplar del primer libro en prosa de Juana: "pues usted no sabe ni siquiera hacer negocio, pues ese libro lo vendería fácil y copiosamente, sin necesidad de exhibirlo en la vidriera".
En 1922, hallándose ya en México, invitada por José Vasconcelos -entonces Secretario de Educación Pública- para colaborar en la organización de numerosas bibliotecas populares mexicanas, Gabriela seleccionó material para el libro Lecturas para mujeres que le encargó la mencionada Secretaría de Educación. No se olvidó entonces de El cántaro fresco y en dicha antología -muy bien realizada por lo demás- vemos, en la página 58, uno de los poemas en prosa de dicho libro, el titulado "Noches de lluvia" que junto a dos poemas de Leopoldo Lugones ("La llama del hogar" y "La paz") forma la trilogía "Interiores". Una línea debajo de "Noches de lluvia" recomienda al lector El cántaro fresco.
La primera aproximación personal de ambas poetas fue cuando ya se las consideraba -casi sin reparos- las dos voces más interesantes, más auténticas del lirismo femenino de habla hispana, relegando a segundo plano la obra de Alfonsina Storni (¿por su carencia de lenguaje poético?¿Por el carácter demasiado conceptual de varios de sus poemas publicados hasta entonces?).
El 31 de enero de 1925, muy temprano, el transatlántico "Oropesa" perteneciente a la Royal Mail hizo escala en el puerto de Montevideo -procedente de Southampton- donde un calificado grupo de escritores, profesores y periodistas se había dado cita para ver a Gabriela, que había embarcado en Vigo luego de una gira muy bella por varios de los más importantes países europeos. En Italia había entrevistado a autores entonces muy notorios (Ada Negri, Papini, etc.) y en España había hablado en público, sobre todo en Madrid (y la Coruña, donde su lectura de poemas fue precedida por unas palabras fervorosas del poeta uruguayo Julio J. Casal).
Entre los escritores madrugadores que se habían reunido en el puerto se hallaba Juana. También en el almuerzo que los admiradores de la autora de Desolación le ofrecieron en el restaurante del Prado. Gabriela sólo quedó un día -de la mañana al atardecer- en Montevideo, ciudad que recorrió con ojos entusiasmados y que luego calificó de "ancha y viva"
[2]. En un reportaje que concedió a un periodista habló de su peregrinaje por Europa y afirmó: "Me sentí en mi casa, más que cuando estoy en América, en Castilla. Aquellas gentes, aquel ambiente, están a tono con mi espíritu. Allí vi yo cómo es cierto que uno es ciudadano de su raza más que de su pueblo. Hay uno muy insignificante, muy pobre y muy chiquito, cuyo nombre es igual al apellido de [3]mi madre: Alcayaga"
Mucho se ha discutido -demasiado, quizá- acerca de la autenticidad o el artificio de ciertos poemas amargos que aparecen en Las lenguas de diamante, muy especialmente en la segunda parte, cuyo título ya adelanta el carácter sombrío de su inspiración: "Ánforas negras". Estos poemas, que son minoría, forman a manera de una pausa melancólica en medio de tanto alborozo y tanta fiesta. Son algo así como el anochecer del árbol jubiloso. En tal sentido, no sólo deben aceptarse, sino que significan un aporte de innegable verdad vital, en el juego de claroscuros del ser. Lo que acontece es que el libro es celebrado y recordado sobre todo por los otros poemas, los de exaltación, los de frescura, los impregnados de la gracia de existir. Y en tal sentido, esa aprobación popular no debe ser olvidada: Las lenguas de diamante, pese a aquellas pausas de "Ánforas negras", es un libro optimista.
Interesa, en cuanto a las relaciones entre Juana y Gabriela, evocar la carta que Eduardo Barrios
[4] envió a Juana de Ibarbourou, poco tiempo después del regreso de Gabriela a Santiago, luego de su primer gran viaje, que abarcó México, Estados Unidos, Italia, Suiza, Francia, España. En dicha carta, la autora de Tala elogia la discreción, el don de "alma fina"[5] con que la autora de Raíz salvaje se aproximó a ella en su primera visita a Montevideo, cuando la exagerada efusión de tantos admiradores y admiradoras llegó a ser abrumadora.
1925 fue el año en que el prestigio literario de Gabriela y Juana quedó afianzado en toda América y España, debiendo agregarse asimismo que el de la chilena -sin mengua de sus valores- fue muy beneficiado por el viaje a México a que la invitó José Vasconcelos, secretario de educación durante el gobierno de Obregón. Justamente, a fines de 1922, durante todo el 23 y comienzos del 24, Gabriela residió en el hermosísimo suburbio de la capital de México que hoy se llama Villa Obregón. En aquellos años se designaba San Ángel. Pero al poco tiempo de abandonar Gabriela la tierra mexicana, un domingo fue asesinado el Presidente Obregón en un típico recreo mexicano de dicho suburbio por un hombre joven, llamado Toral, que sabía dibujar, y que utilizó el pretexto de tomar un apunte (quizá caricatura) de Obregón, lo que le permitió acercarse al retratado para mostrarle su obra, en momentos en que los dos guardaespaldas del Presidente estaban ausentes, por razones imprevistas.
El retorno de Gabriela a Santiago se efectuó vía Estrecho de Magallanes. Tuvo, pues, oportunidad de reencontrar la ciudad del extremo sur en que había pasado aquellos días viendo tristemente la nieve como "el semblante que asomaba a sus cristales"
[6]. Desembarcada en Valparaíso, regresó asimismo a Vicuña, estuvo nuevamente en La Serena y nuevamente en Monte Grande revivió su infancia...
De esa época inmediatamente posterior a su retorno a la tierra natal es una bellísima carta que Gabriela escribió a Juana y que interesa profundamente por su caudal autobiográfico, por su gracia de estilo, por su densidad sicológica. Es una larga carta, de la que trascribiremos los pasajes más importantes:
"Ahora, su carta. No sabe usted -soy humana, humanísima- que alegría de niña me ha dado usted con hacerme sentir afecto suyo hacia mí. Yo, Juana, soy un ser absolutamente afectivo: vivo de los afectos como del aire y de la luz. Bajo mi apariencia de "amontonadora", a pesar de esa vida en "meeting", en multitud, que me ha dado el viaje, soy mujer "de un puñadito de afectos profundos". Habría sido para mí una tristeza efectiva la defraudación de una vieja esperanza: salir de Montevideo sin traerme nada suyo para mi propia vida, haberla sentido al margen mío. Casi es mi vanidad. La estimación literaria, que en la juventud me importó tanto no significaría para mí nada, Juanita. Me estima gente que no me importa, a cada paso; y me estiman, poco o nada, gentes a quienes quiero enormemente. Regalo de reina me ha hecho usted al darme cariño. Yo lo cuidaré como a las cosas preciosas, Juanita, ese efecto menudo que he de ir haciendo crecer "con lealtad y comunicación frecuente".
Me explico que no tenga usted la comunicación fácil. No me la dé sino cuando "se le caiga de la boca" naturalmente. Yo temo la tristeza en usted, Juanita, porque usted no ha tenido "la costumbre de ella". Cuando los seres son alegres, la pena recién llegada los disuelve, los desmorona. Haga usted un poco por sí misma a fin de "defenderse".
Pienso, Juanita, lo mismo que San Francisco sobre su tristeza. Usted tal vez sabe que él la llamaba la "enfermedad de Babilonia". Yo he sido, sin embargo, un espíritu desesperado, amargo y "enviciado de su amargura" como en una droga diabólica. Una de mis mudanzas enormes es mi "busca de la alegría", Juanita. La busco hoy con preocupación casi infantil. Me creo la alegría de mañana; al levantarme, pienso en la de hoy. Es cómico: casi me la organizo oficialmente. Procuro, en primer lugar, no tener esas "horas muertas" en que el alma se va hacia la tristeza como el ciervo al agua, naturalmente. No tengo sino horas de cansancio físico en que me tiro y duermo, en pleno día, como un animal cansado. El resto es lectura y trabajo físico, muy principalmente caminar. Caminar, Juanita, es una maravilla olvidada por este tiempo. No caminar, como los ingleses, el mismo camino. Andar a pie todo lo que está medianamente cerca de nuestro pueblo. Caminar me aviva entero el cuerpo y la mente: hay un alma de los caminadores y otra de los poltrones. Camino rápida, a grandes zancadas inglesas. Suelo andar a caballo aunque tengo un tobillo roto de una caída. Se respira bien y se siente no sé qué sensación de "poder, de energía donosa". Luego de los trabajos manuales, yo no coso, porque me rindo los ojos; zarandeo la tierra, desmalezco, barreteo, podo e injerto como un buen hortelano. Me da un verdadero gozo el olor de la tierra, Juanita, "regar" está entre mis placeres grandes. Ahora juego a la pelota. Me han encargado ejercicio por mi hígado malo. No tengo nunca grandes fuerzas, porque el corazón no me deja. Leo poco yo misma -tengo los ojos rendidos- me leen y yo comento interrumpiendo, porque soy muy amiga de la lectura "viva", con réplica, con comentario.
Le hablo de mis "defensas". Yo tengo un sistema nervioso enloquecido y andaría muy mal de equilibrio si no tuviese esos dos reguladores de la marcha y del "jardineo". A media hora de aquí tengo un "pañuelito de tierra"; yo lo he plantado y sólo cuando me enfermo pago la poda y lo demás. En la casa, chica hasta desesperarme, sólo he podido hacer un jardín.
Viene lo peor, Juanita, viene el veneno de la gente. Tengo yo una susceptibilidad que la llamaría trágica. Yo soy todavía tan tonta que le pido perfección a la gente. Me duele horriblemente que me maltraten en lo que me importa más: en mí misma, no en mis versos, que he abandonado hace tiempo a las lancetas. Por esta susceptibilidad abandono fácilmente a un amigo o a una amiga. Los dejo cuando no me viene de ellos fuerza para vivir, "consuelo y verdad". Les exijo que sean ricos interiormente para no aburrirme, que tengan una vida con intereses espirituales efectivos. Todo esto es demasiado pedir, lo reconozco, pero sigo exigiendo...
¡Ah, yo no me muevo sino entre extraños; ahora está cerca de mí una sobrina, el único niño de mi familia, desahuciada, deforme, desgraciada. La quiero mucho y sin que ella lo sepa la preparo para morirse, con el corazón apretado de pena.
Hágase, Juanita, las defensas de la tristeza. Usted tiene, además de todo, un hombre que la quiere y a quien quiere. Yo no fui querida nunca cuando quise y no he podido querer a los que me han querido. Es la vulgar historia que nuestro pueblo sabio concreta en el adagio: "Amor loco, yo por vos y vos por otro".
Usted posee, Juanita, las cosas más gozosas de la vida: la maternidad, el amor compartido y la belleza del mundo, sentida por usted con una frescura tan grande. Es rica como tal vez no lo sea otra mujer en su raza, así Juanita, "en su raza". No deje a los intrusos entrarse en su vida a empañarle lo que Dios le había dado. Cultive poco (un poquito chico) de desdén. No conceda derecho a entristecerla, sino a los señores grandes como usted y a los "sucesos definitivos de la vida".
[7]
Poco antes de que fuera redactada esta carta -insistimos, tan importante para conocer aspectos fundamentales del alma de Gabriela- Juana había publicado en Montevideo un texto escolar[8] en cuya página 37 aparece el poema de Gabriela "Piececitos" acompañado de una sintética reseña acerca de la autora, que termina con estos conceptos:
"...y en poco tiempo, el seudónimo de Lucila Godoy se hizo popular. En su país se la ama mucho. En toda América se la admira"
[9]
Nunca hubo un intercambio epistolar regular entre ambas escritoras. Cartas extensas -como la que hemos fragmentado- alternaron con sencillos billetes. Y el carteo frecuente turnose con largos silencios. Y era que ambas escritoras se escribían sólo cuando tenían algo importante que comunicarse, y no en ese ritmo de correspondencia constante, propio más bien de épocas muy alejadas, cuando sobraba el tiempo.
...Y así llegó aquel luminosísimo verano de 1938 en que -hallándose casualmente Gabriela en Río de Janeiro -realizando en la mágica ciudad su primera estada-, luego de algunos pasajes rápidos, de simple escala naviera- efectuáronse en Montevideo los Cursos Sudamericanos de Vacaciones y se pensó -¡certero pensamiento!- en la conveniencia de invitar a la escritora chilena a tomar parte en un acto de dichos Cursos., acompañada de Juana de Ibarbourou y de Alfonsina Storni, que se hallaba de vacaciones en el pintoresco departamento de Colonia, a poquísimas horas de la capital uruguaya.
El acto, realizado en el gran patio del Instituto Vázquez Acevedo, en la tarde del viernes 28 de enero de 1938, con un público muy numeroso, realmente desbordante, respondía a un tema central: cada una de las tres poetisas -las más populares y prestigiosas, en aquel momento, entre todas las que se expresaban en español- hablarían de "cómo escribían su poesía"
[10] o si se prefiere, harían la "confidencia de la misteriosa maternidad del verso". Fue aquella, en verdad una "tarde ática" como la llamó un periodista[11] en que, desde luego, no faltaron las referencias de Juana a Gabriela y de Gabriela a Juana, además de estas palabras de Alfonsina, tan nobles:
"Gracias, Gabriela, gracias, Juana, por existir sobre la Tierra y respirar a mi lado".
[12]
¿Cuál de las tres exégesis fue la más sutil o la más profunda? Es muy difícil -casi imposible- decirlo. Cada una responde a un temperamento muy distinto. Desglosemos esta referencia de Juana acerca de su hermana chilena:
"...Gabriela, la grande, presente en los dos ofrecimientos anteriores, aún sin haberla nombrado, porque ella es América entera, porque nos sentimos conmovidos de ser sus compatriotas, porque ella realiza la unidad del Continente por el milagro de su corazón y de su genio, y en la cortesía a cada uno, sea del norte o del sur, del petróleo o del verde llano jugoso, está siempre la cortesía para ella, como si fuera la diosa tutelar de esta tierra que ama con toda su sangre india-española, en la que estuviese encerrado el espíritu profético y expectante de la Casandra legendaria".
[13] Gabriela, que hizo un perfil agudísimo de Alfonsina, llamándola "Puck con faldas" y "abeja inédita entre las cantadas por los poetas griegos" y "jugarreta deliciosa del Sueño de una noche de verano"[14] se expresó también con amplia originalidad y certeza al hablar de Juana:
"Parece que nos llaman a juicio y las llamadas somos: una Diana de la campiña uruguaya, que adentro de su categoría de diosa medio agraria, medio cinegética, guarda disimulada su humanidad de hija de Eva. La Naturaleza, hasta hoy, conserva casi todo su secreto y apenas suelta una que otra gota parecida a una uva exprimida, en la manaza tendida del averiguador. La Naturaleza, es decir, Juana, no puede contar a vosotros, curiosísimos varones interrogadores, cómo se las arregla para soltar la luz sin ningún trabajo y cómo hace para que el agua de su poesía resulte a la vez eterna y niña. Son cosas muy profundas, aunque parezcan tan inocentes, la Naturaleza, hija de Dios, y Juana, hija del Uruguay, y nadie tampoco acertaría con las índoles, los modos (yo no quiero decir la horrible palabra "métodos") de Juana de América. Por algo lleva ella nombre geográfico adobado al de la pila bautismal; no es ningún azar ese apelativo que le dieron y que la deja sola con la América, dueña de la llave inefable de nuestro mujerío, es decir, con la fórmula de la femineidad americana. Siempre que voy hacia Juana -y la visito con frecuencia fiel- yo la dejo como la hallé, en su candor y su misterio. Su misterio es el peor de todos, el de lo luminoso y no el de lo sombrío, y burlaría al propio doctor Fausto. La simplicidad, el instinto radioso, el candor y la pureza de las potencias son más dificultosas de entender que la oscuridad, el pecado y la degradación de las facultades. Ahí está el agua cayendo llena de luz y de gozo, el agua sin par de Juana. Beber, callar mientras se bebe, y agradecer: esa es toda la política que nos corresponde a mujeres y hombres en el caso de Juana de América."
[15]
Esta amistad fraternal, esta mutua admiración entre las dos mayores poetisas de habla hispana en un largo período de tiempo, no fue nunca enturbiada por ningún malentendido, por ningún recelo, por ninguna emulación.
Hablemos ahora un poco en torno a semejanzas e incompatibilidades entre la obra de Juana y de Gabriela. Son más las incompatibilidades, ya que ambas se complementan logrando así una imagen bastante integral de la mujer: la uruguaya, fresca, espontánea, optimista -esto último, sólo en la primera fase de su obra, es decir, la que le dio la popularidad-; Gabriela, austera, dolorosa, apostólica. La chilena tiene en su obra -ya se ha dicho más de una vez- mucho de aquellas mujeres de los Evangelios. Juana simboliza la femineidad delicada, refinada en su autenticidad, coqueta si se quiere. Y cuando evolucionó -por aconteceres de su existencia- a notas sombrías, no fue el dolor amargo y tenaz de Desolación -pongamos por caso- el que la recibió, sino una melancolía de otoño, de prado que empieza a dorarse con los rayos del sol poniente, tornándose más sugestivo, quizá más bello... ambas autoras -sin embargo- han coincidido en la antirretórica de su expresión, en el anti-academismo de su versificación, que -dentro de resonancias musicales- es libre y directa.
Por lo demás, no ha faltado alguna coincidencia entre ambas autoras: coincidencia, hemos dicho, no imitación, ni siquiera reminiscencia. Por ejemplo, Cuando Gabriela dice, en su primer libro:

Tú no oprimas mis manos,
Llegará el duradero
tiempo de reposar con mucho polvo
y sombra en los entretejidos dedos.
Tú no beses mi boca.
Vendrá el instante lleno
de luz menguada, en que estaré sin labios
sobre un mojado suelo.
[16]

Es evidente que el lector de Juana recordará -o viceversa, si ha leído primero a Gabriela- aquellos dísticos de Las lenguas de diamante:

No codicies mi boca. Mi boca es de ceniza
y es un hueco sonido de campanas mi risa.
No me oprimas las manos. Son de polvo mis manos
y al estrecharlas tocas comida de gusanos
.
[17]

Asimismo, es inevitable la hermandad entre el final del tercero de los "Poemas del hogar" de Desolación:

¡Yo quiero que todos los pobres tengan como yo, en esta siesta ardiente, un cántaro fresco para sus labios de amargura!
[18]

y el primero de los poemas de El cántaro fresco.
Insistimos en que -conociendo la probidad de ambas escritoras, la energía de sus personalidades- no hablamos de imitaciones. Se realizan aquí aquellas coincidencias de la época, de matices sicológicos si se quiere. Ambas escritoras son -ya lo hemos subrayado- muy distintas en su "idée-maitresse" y complementan, con sus antagonismos, las fascetas de la femineidad.
Donde más puede apreciarse lo opuesto de sus maneras poéticas es en sus canciones de cuna: las de Gabriela -anteriores a las de Juana- son, en general, amargas (no así las que escribió mucho más tarde, con aportes rítmicos del folklore hispano, según propia confesión y evidencia). En cambio, las "Canciones de Natacha"
[19] de la uruguaya cultivan el "non sense" tan caro a los países de habla inglesa; son alegres, juguetonas.
Y ya en el estilo de vida de ambas escritoras, ¿cómo no detenernos a considerar la divergencia de dos visiones tan distintas de la vida? Juana no abandonó nunca el hogar, sino por fugaces, fugacísimos viajes (dos o tres en toda su larga vida). En cambio, Gabriela, ya desde mediados del año 20, hasta ese enero del 57 en que falleció en la pequeña ciudad industrial de Hampstead, en el estado de New York, fue una peregrina constante e infatigable, alejada de su patria. En un plato de porcelana que la esposa del poeta y educador uruguayo Blás S. Genovese le tendió, en 1938, para que escribiera algo, la autora de Lagar dejó este lindo pensamiento, en indeleble tinta china: "Blanca: Cuando coma naranjas en este plato, acuérdese de la chilena vagabunda, Yo, mirando el mar, le enviaré recados".
Recordemos, asimismo, que muchos años después de la ausencia física de la autora de Recado de Chile, Juana publicó unas líneas muy emotivas en que expresa:
"A Gabriela había que verla en la intimidad para encontrarle su belleza y conocerle el carácter. Tendría entonces los primeros años de su recia cuarentena. Los ojos bronceados y hermosos, la tez bronceada y áspera, los dientes deslumbrantes, la figura de campesina. De pronto hablaba interminablemente de cosas, de gente conocida suya, de persecuciones, hechicerías y fantasmas. De pronto, por largos ratos callaba obstinada, sumergida en recuerdos o meditaciones difíciles de adivinar. Poseía un buen gusto evidente y una crítica sonreída e irónica, certera como un pistoletazo. Nunca la vi caer en el pecado de vanidad, torpeza o autoalabanza. Quisiera alcanzar para este enfoque la gracia y atracción de su palabra, su acierto de juicio, su pasión para tratar lo que amaba. Gabriela conocía la magia del suspenso y se la escuchaba apasionadamente."
Esta evocación tan certera, objetiva y minuciosa, se ahonda en emotividad cuando la uruguaya sigue recordando:
"¿Para qué hablar de su obra eterna? Hoy sólo quiero recordarla como aquel día de plenitud en que almorzó en mi casa con Connie
[20] y un grupo de gente uruguaya que la quería y acataba. Mi madre presidió la mesa, Gabriela parecía aún entera, pero ya estaba herida y vagabunda. Nunca habría de gustar el fruto del árbol que plantara, ni gozar de las flores de su jardín que cuidaba con tanto esmero."[21]
Y más cercanamente aún, refiriéndose a aquel día del invierno montevideano (10 de agosto) de 1929, en que fue consagrada Juana de América, ésta expresa con noble humildad y en un nuevo homenaje a su amiga chilena:
"Yo era la que menos merecía esa proclama. Estaba Gabriela viva, estaba Alfonsina. Ellas sí que la merecían, puesto que tenían más obra que yo. Por otra parte, la fama de Gabriela se mantiene incólume hasta nuestros días, sin altibajos".
[22]
Es hermoso, es confortante repasar estas páginas, de las que hemos venido desglosando algunos conceptos, que muchas veces son sentimientos. Sentimientos de los más nobles, que podrían llevar aquel epígrafe de Juan Ramón acerca de la amistad: "cristalino remanso en que el alma tranquila copia -¡divino espejo!- la majestad idílica de sus cielos dorados!"[23]
El principal motivo de esta nota es, por tanto, destacar la fidelidad de una amistad. Gabriela y Juana, famosas casi al mismo tiempo, tuvieron el señorío de saber defender su amistad -su cordialidad- contra las nubes enemigas. La vieron crecer y florecer y estuvieron frente al casi milagro -o "dulce milagro" si se prefiere, para usar una expresión cara a la uruguaya- de que esa amistad fraternal durara hasta la ausencia definitiva de Gabriela. Es decir: más de treinta y seis años.


Suplemento Dominical de "El Día" Nº 2420, Montevideo, 2 de marzo; Nº 2421, 9 de marzo y Nº 2422, 16 de marzo de 1980 (De nuestra colección particular).


.

[1] En su casita del barrio de la Unión, de Montevideo, en 1921, la propia Juana de Ibarbourou nos leyó y mostró esta carta, de la que no tomamos copia.
[2] En una carta que en 1925 dirigió Gabriela a la poetisa y ensayista uruguaya Luisa Luisi.
[3] En un recorte de periódico uruguayo que no hemos podido individualizar, correspondiente al día de la primera visita a Montevideo.
[4] El novelista chileno Eduardo Barrios (1884-1950) hoy algo olvidado, pese a la indudable jerarquía de su obra, era por entonces muy amigo de Juana de Ibarbourou -a quien no llegó a conocer nunca personalmente- y además ambos escritores eran compadres, ya que Juana es madrina de una de las criaturas del autor de Hermano asno.
[5] Carta de Eduardo Barrios, del año 1925, a Juana de Ibarbourou.
[6] Gabriela Mistral. Desolación. Paisajes de la Patagonia: I. Desolación. pág. 204, Santiago de Chile. Edit. Nascimento, 1923.
[7] Esta carta de Gabriela está fechada en Santiago de Chile, marzo de 1925.
[8] Juana de Ibarbourou. Páginas de literatura contemporánea. Montevideo, A. Monteverde & Cía., 1924, 143 págs.
[9] Op. cit., pág. 38.
[10] Revista Nacional. Montevideo, Ministerio de Instrucción Pública, Año 1, Nº 2, febrero 1938, pág. 204.
[11] Op. cit., "una tarde ática, pág. 201.
[12] Op. cit., "Entre un par de maletas a medio abrir y la manecilla del reloj", por Alfonsina Storni, pág. 222.
[13] Op. cit., "Casi en pantuflas" por Juana de Ibarbourou, pág. 208.
[14] Op. cit., "Acto de desobediencia a un Ministro" por Gabriela Mistral, pág. 203.
[15] Idem.. Idem, pág. 204.
[16] Gabriela Mistral: "Desolación" Santiago de Chile 1923. Editorial Nascimento, 1923. Poema "Íntima" pág. 144.
[17] Juana de Ibarbourou: Las lenguas de diamante, Buenos Aires, 1919.Cooperativa Editorial Limitada "Buenos Aires" Poema "Lacería" pág 115.
[18] Gabriela Mistral: Desolación Edic cit. Poema "El cántaro de greda" pág. 318.
[19] Juana de Ibarbourou. Obras completas. Compilación anotaciones y noticia biográfica, por Dora Isella Russell. Madrid, Aguilar, S.A. 1953. "Las canciones de Natacha". Págs. 242-47.
[20] Trátase de Connie Saleva, puertorriqueña, que fue secretaria de la autora de Desolación.
[21] "Mis amados recuerdos: Gabriela y Alfonsina" por Juana de Ibarbourou. Suplemento dominical de EL DÍA, Montevideo, 11 de agosto de 1968. Año XXXVII, Nº 1837, pág. 7. En obras completas, Madrid, Aguilar, 3ª ed., 1968. Pág. 1300.
[22] "Juana de América" por Tabaré J. di Paula. Revista Clarìn. Buenos Aires, domingo 2 de marzo de 1969. Edición Nº 8308. Pág. 7.
[23] Juan Ramón Jiménez. Primeros libros de poesía. Recopilación y prólogo de Francisco Garfias. Madrid, Aguilar S.A. 1959. "La amistad". Pág. 1259.

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